La ciudad de los canales es un ejemplo claro del daño ambiental y social que provoca la masificación; la respuesta ciudadana no puede esperar.
El turismo de masas se ha convertido en la mayor amenaza para la sostenibilidad, el bienestar e incluso la convivencia en las ciudades europeas que acaparan mayor número de visitantes.
Con un aumento de las pernoctaciones que en la mayoría de los casos dobla e incluso triplica el de hace apenas diez años, las principales ciudades turísticas europeas como Venecia, Amsterdam, Praga, Palma, Barcelona, Lisboa o Dubrovnik hace tiempo que sobrepasaron su capacidad de carga turística y sufren un proceso de deterioro medioambiental que no solo afecta a la calidad de vida de la población local, sino que pone en riesgo la propia sostenibilidad del modelo.
El caso de Venecia evidencia la seria amenaza que representa la masificación turística. Convertida en un parque temático de callejuelas y canales, esta ciudad Patrimonio de la Humanidad recibe actualmente más de 25 millones de turistas al año: el doble de los que llegaban en los años noventa. Y las perspectivas señalan que en 2025 el número de visitantes podría aumentar hasta los 40 millones anuales.
Como consecuencia directa, y más allá del deterioro de su patrimonio histórico, los servicios básicos de la ciudad (gestión de residuos, limpieza viaria, transporte urbano, suministro de agua potable o consumo energético, entre otros) están al límite del colapso, por lo que los más de dos mil millones de euros de beneficio que genera el turismo no compensan los altos costes que está teniendo para la ciudad.
Uno de los más alarmantes es el acelerado proceso de abandono de la población local, que huye de la masificación y la asfixia turística. El número de residentes autóctonos ha caído en picado, pasando de los casi 200.000 habitantes que tenía en 1950 a los poco más de 50.000 actuales.
Además del desproporcionado crecimiento de los cruceros que entran cada día en la laguna para descargar a miles de turistas en sus muelles, los expertos responsabilizan al auge del alquiler (en algunos casos legal) de apartamentos turísticos como una de las principales causas del colapso turístico que sufre Venecia.
Así, además de la necesidad de medidas como las acaban de ponerse en marcha en Dubrovnik, donde el ayuntamiento ha ordenado reducir el atraque de cruceros a la mitad y está empezando a retirar las terrazas de los bares y los puestos de recuerdos de las calles, es imprescindible ordenar el actual negocio del alquiler turístico de habitaciones y viviendas en la línea que han iniciado Barcelona, Madrid o Palma. Una línea a la que también podemos contribuir los usuarios.
En 2016 un grupo de venecianos creó, al ver que su ciudad moría de turismo, un proyecto de crowfunding para, junto a vecinos de otras capitales sitiadas por los turistas, como Amsterdam, Paris o Barcelona, crear una cooperativa ética de alquiler vacacional. Así nació Fairbnb , en la que el 50% de los beneficios se destinan a proyectos sociales de mejora y cuidado de las ciudades de acogida elegidos por los viajeros y los propios vecinos.
Como indica uno de sus fundadores “Venecia es el canario de la mina de la industria del turismo. Aquí sufrimos las consecuencias del turismo extractivo diez años antes que el resto. Pero también es un laboratorio al aire libre donde podemos experimentar soluciones para avanzar hacia un turismo menos destructivo, más responsable y sostenible”.
A ello quiere contribuir este modelo de alquiler vacacional basado en la colaboración mutua entre turistas y residentes, la plena legalidad de las operaciones, la participación activa en el cuidado del patrimonio histórico y cultural y el respeto al medio ambiente y a la convivencia.