He repetido en estos AM y en otros escritos, que al dominicano le gusta flagelarse, sentirse culpable por las cosas que pasan, muchas de las cuales son hechos fortuitos o que suceden en mayor número en otros lugares, y que hasta nos resulta difícil reconocer las cosas buenas que hacemos, las cualidades que nos adornan y los progresos que hemos logrado en numerosos campos físicos e intelectuales.
El turismo es uno de esos casos.
Los dominicanos tenemos la industria turística más exitosa del Caribe y de muchos lugares de América.
Ese turismo compite exitosamente con lugares exóticos de otros continentes, algunos que son más cercanos que nosotros a los puertos de origen de nuestros visitantes y que tienen más altos niveles de desarrollo.
Todo el que nos visita, con las deshonrosas excepciones de siempre, sale encantado de la hospitalidad del dominicano, de la calidad del servicio y de las instalaciones y de las facilidades que nos ha ofrecido Dios para ser una especie de sucursal del Paraíso.
Pero eso no ha ocurrido por generación espontánea, sino que ha sido el fruto de mucho esfuerzo, de extraordinarias inversiones, de una planificación y de un trabajo constante, en una industria altamente regulada.
Nuestros hoteles no tienen la calidad que ostentan porque a los empresarios les gusta botar el dinero, sino para cumplir con estándares internacionales que deben certificar cada hotel, la comida y la bebida que sirven y las atenciones que ofrecen.
El turismo debe hacernos sentir orgullosos de ser dominicanos. Defendámoslo.