Nacida en Europa, la filosofía del “slow travel” o “viaje lento” se ha convertido en un pilar fundamental en la defensa del turismo sostenible, un argumento utilizado por referentes en la lucha por el compromiso medioambiental, como la joven activista sueca Greta Thunberg.
Abanderada del movimiento “flying shame” o “vergüenza de volar” (también traducido como “quédate en tierra”), Thunberg anunció recientemente que cruzará el Atlántico a bordo del Malizia II, una nave habilitada con placas solares y turbinas submarinas que no genera emisiones tóxicas, para participar en Nueva York en la cumbre climática del próximo 21 de septiembre.
La joven activista ya estuvo el pasado mes de enero en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos (Suiza), a donde llegó tras un viaje de 30 horas en tren, en línea con su rechazo a volar en avión para no contribuir a las emisiones de dióxido de carbono. A sus 16 años, Thunberg ha contribuido al resurgir con fuerza del concepto de “turismo slow”, que se está consolidando como una tendencia cada vez más demandada por los que defienden un turismo sostenible.
El concepto de origen europeo, concretamente italiano, y nace en la década de los 80, de la mano del sociólogo y gastrónomo Carlo Petrini y vinculado a la gastronomía, el “Slow Food”, en contraposición con la cultura del “Fast Food”. Petrini puso en valor la alimentación en relación a los productores y a la calidad de sus productos, así como a la biodiversidad y al medioambiente.
Diez años después, la corriente trasciende lo gastronómico, dando lugar a movimientos complementarios, como la “ciudad lenta” y otros donde reina la preocupación por el medioambiente.