Por: Javier Mato
El pasado 24 de octubre, el Parlamento Europeo aprobó una resolución, la 2854, que afecta de lleno al turismo y se constituye en un verdadero ejemplo de por qué Europa avanza sin rumbo, en manos de políticos demagogos e incompetentes pero eso sí, los mejores pagados del mundo.
La resolución aborda el asunto de la quiebra de Thomas Cook, tema en el que la Unión no tiene competencias porque, como todo el mundo sabe, el turismo es un asunto nacional, más allá de las reglas generales de la economía y la competencia. Pero la política europea va a remolque de los medios de comunicación, de los trending topics, de la volátil opinión pública y por eso había que hacer algo.
La resolución está estructurada en una serie de puntos que supuestamente son verdades, para de ellos deducir una lista de peticiones. El máximo órgano parlamentario europeo se limita a hacer pedidos porque es incompetente, o sea, porque no puede tomar decisiones. Observen la paradoja; votamos a 751 diputados para que hablen, no para que decidan.
Entre las cosas que se dan por hecho en la resolución, para basándose en ellas hacer las peticiones, están las siguientes: la caída de Thomas Cook, dice, “está teniendo un efecto profundamente negativo en la economía, el mercado interior de la Unión, el empleo, la confianza de los consumidores y la libre circulación de personas dentro de la Unión y fuera de ella”. Además, “ha puesto en peligro 22 mil empleos en todo el mundo, de los cuales 9.000 en el Reino Unido, 2.500 en España y más de 1000 en Grecia, que […] es probable que tenga un importante efecto dominó múltiple no sólo en la industria turística y el sector del transporte sino en toda la economía de la Unión”. Vamos, que la caída de Thomas Cook, de la cual salvo los acreedores hoy casi nadie se acuerda, era como el crack de Wall Street en 1929, que hasta supondría el fin de la libre circulación de personas en Europa y fuera de Europa.
Los parlamentarios no necesitan investigar nada y por eso se atreven a explicar las razones de la caída del mayorista: “la incapacidad de la empresa para cambiar su modelo de negocio e innovar para poder competir en la economía digital”, como si Hays, que compró sus oficinas, no fuera una empresa física, como si Tui no estuviera sobreviviendo en este entorno con bastante solidez, como si al fin y al cabo no fuera la enorme deuda creada hace quince años la que impidió la supervivencia del mayorista.
El punto J de la resolución es otro indicador de la pérdida de contacto con la realidad del Parlamento Europeo. Dice así: “considerando que existe una fuerte demanda por parte del sector turístico de una mayor coordinación a escala de la Unión y de una política de la Unión clara en materia de turismo con un soporte presupuestario adecuado”. Es difícil saber en qué consiste “una fuerte demanda” cuando en años en España, un país muy afectado por el turismo, nadie ha pedido que ampliemos la burocracia y las regulaciones en el turismo, ni tampoco los presupuestos, metiendo a la Comisión Europea en medio. Pensábamos que ya nos basta con los ayuntamientos, las comarcas, las diputaciones, las autonomías y el gobierno de Madrid.
A partir de ahí, la ilustre institución europea, que es donde en teoría debería residir la soberanía, dice que “manifiesta su profunda preocupación” por todos, clientes y trabajadores; pide a las autoridades nacionales que se garantice el pago íntegro de los salarios de los trabajadores, cosa obvia cuando la ley los ampara; “felicita a los estados miembros por la premura con la que ejecutaron los planes de emergencia para repatriar a los viajeros”, cuando para eso los viajeros pagan un seguro incluido en sus billetes; pide que se mejore la supervisión de las compañías aéreas, como si la supervisión pudiera evitar su quiebra cuando los costes son superiores a los ingresos; astutamente dice que hechos así podrían volver a ocurrir en el futuro; no falta un párrafo para el turismo sostenible, que no se sabe qué tiene que ver en esta crisis; pide a la Comisión que cambie el nombre de la cartera de Transportes por “Transportes y Turismo” –lo cual, por supuesto, va a suponer una revolución para el turismo europeo– y, finalmente, en medio de un mar de tópicos vacíos de contenido –más diálogo social, más evaluación de la situación de las empresas, más protección de los consumidores– termina pidiendo que se aumente la protección de los viajeros en caso de quiebra de las aerolíneas.
Este, probablemente, sea el único párrafo digno de ser mencionado en un documento lleno de palabras huecas. Pero, observen: esto, que sí tiene sentido, sólo lo pide. El órgano que es representante del pueblo, el que en cualquier democracia del mundo ostenta el verdadero poder, en Europa sólo “pide”. El Parlamento europeo es el que legisla, menos en Europa, donde se tiene que limitar a pedir a la Comisión que a ver si tiene a bien estudiar esto, porque al fin y al cabo en Europa las cosas van de mesa en mesa sin que nadie decida nada.
Por eso, tenemos políticos histéricos que sólo buscan salir en los periódicos presentados como si fueran sensibles a los problemas, pero que en realidad, como demuestra esta resolución, no entienden nada.
La cuestión de fondo del asunto Thomas Cook, según la propia legislación europea, es mucho más simple que lo que sugiere esta resolución: cuando una empresa en el libre mercado no sabe conjuntar los recursos adecuadamente para satisfacer a la demanda, muere y es reemplazada por otras que sí aciertan, que sí gestionan correctamente. La muerte de Thomas Cook sólo se puede ver a la luz del crecimiento de rivales como Hays, como Jet2holidays o como On The Beach, entre muchas otras empresas, no todas digitales. A ellas están yendo a parar los trabajadores afectados, porque ellas están creciendo y reemplazando a la empresa mal dirigida.
Todo lo demás es un brindis al sol. Es estar pendiente de los trending topics. Es no tener criterio propio.