El turismo es uno de los grandes generadores de riquezas a nivel mundial. Incluso los países desarrollados tienen en esta actividad económica una importante fuente de ingresos y de fortalecimiento de su clase media.
El turismo no solo beneficia a los hoteleros, aerolíneas, restaurantes o comercios vinculados de manera directa o visible a ese mundo. La producción y la industria nacional se ven impactadas positivamente por el turismo.
Los turistas se alimentan con géneros agropecuarios producidos por campesinos dominicanos, consumen productos vendidos en comercios locales, se llevan de recuerdos de artesanías dominicanas.
Por fortuna así lo han entendido los presidentes dominicanos en democracia, dándoles continuidad a los esfuerzos nacionales por desarrollar esta industria.
El segundo semestre del presente año fue de contrariedades para el turismo dominicano. Puede decirse que ha sido el peor en muchos años y empiezan a surgir pronósticos poco halagüeños para 2020.
El país necesita renovar sus ímpetus, repensar sus estrategias mercadológicas, afianzar las alianzas y empoderar a cada ciudadano de la importancia de que todos cuidemos el turismo dominicano.
Se trata de que el turista sienta la proverbial simpatía del dominicano, que descubra las bellezas naturales y culturales del país, que se sienta tan bien acogido que tenga ganas de volver y convidar a otros más.
Los grandes del turismo cuidan cada visitante como si de esa persona dependiera toda la industria.
Los dominicanos hemos hecho eso por años, pero ahora necesitamos dar otros pasos para contrarrestar los malos augurios.
Necesitamos recuperar el vigor, la pujanza y el entusiasmo que convirtieron a República Dominicana en una gran potencia turística del Caribe.