Por: Manuel Mostaza
Pocos fenómenos son tan de nuestro tiempo como el turismo. El despegue que se produjo a partir de la década de los 70 fue exponencial; se vislumbraba en el horizonte una llegada masiva de turistas que se hizo efectiva con más de veintiún millones de visitantes extranjeros. A finales de siglo, esta cifra ya se duplicaba: en el año 2000 España recibió a más de cuarenta y ocho millones de turistas, para acabar convirtiéndose, a estas alturas del siglo XXI, en el segundo país más turístico del mundo en dura pugna con Francia y por encima ya de los ochenta millones anuales.
El fenómeno se acompasó con un proceso migratorio de largo alcance y amplio espectro que, durante los años 60 y 70 cambió la faz del país. Ocho de cada diez españoles consideraban el turismo beneficioso para la localidad en que vivían, y los cambios empezaron a notarse en algunos elementos básicos de nuestra cultura. La apertura de horizontes que la urbanización y el turismo trajeron de la mano, están en el origen de algunas características que hoy los españoles reconocemos como propias de nuestra sociedad.
La España de hoy es una España urbana, en la que el turismo se ha generalizado y a la que millones de extranjeros vienen buscando un conjunto de atributos (gastronomía, playa, sol, cultura…) en los que sigue pesando la imagen de España, tanto en lo bueno como en lo malo. Diferentes estudios, como el barómetro del Instituto Elcano, demuestran que España es un destino atractivo para las sociedades europeas con independencia del precio de la estancia, lo que parece protegernos, al menos en cierta medida, de la maldición del «bajo coste» como modelo de negocio.
Nada expresa mejor las paradojas de la modernidad que el turismo. En un mundo cada vez más sentimental y menos paciente, en el que todo parece girar en torno al like inmediato, España sigue siendo un referente, también, por su trayectoria histórica y por el poder de su imagen. La herencia en forma de patrimonio y la condición de cultura de referencia en el imaginario colectivo (al menos en el occidental) nos hace jugar en una liga, en lo que a turismo se refiere, que no está a nuestro alcance en otros sectores de la actividad económica.
Una de nuestras principales industrias merece una reflexión de amplio espectro como la que se introduce en estas líneas. Precisamente con este objetivo, nuestro director de Asuntos Públicos, Manuel Mostaza, ha coordinado el número de enero de la Revista de Occidente, al que ya es posible tener acceso.