El frío, el silencio, los animales y la vegetación hacen de la Antártida un paisaje único, difícil de imaginar. Pero este lugar, que la mayoría conoce a través de imágenes o relatos, está transformándose rápidamente en destino para miles de turistas y su llegada puede tener consecuencias «irreversibles».
La pureza única del continente helado y las islas que lo rodean es un reclamo para los visitantes, y enero es el mes ideal porque el frío no es tan desgarrador, no hay prácticamente nieve que impida caminar y los animales rodean el lugar con su belleza.
La Isla Rey Jorge, donde se ubican bases científicas de Argentina, Brasil, China, Chile, Rusia y Uruguay, es el espacio elegido por las empresas turísticas para acercar a sus clientes a una experiencia indescriptible, pero el aumento exponencial del turismo y sus perspectivas de futuro preocupa seriamente a las naciones firmantes del Tratado Antártico: el impacto ambiental puede ser irreparable.
UNA DISCUSIÓN PERDIDA
Reflexionar sobre si debe existir el turismo antártico es ya un ejercicio inútil con la fuerte presencia de decenas de empresas dedicadas a ofrecer este servicio, pero urge encontrar un mecanismo adecuado que satisfaga a todos y, a su vez, proteja un lugar excepcional que necesita mantenerse libre de contaminación.
Desde 1991, la Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida (IAATO) busca promover la práctica de viajes seguros y ambientalmente responsables, aunque ahora debe adecuarse a una nueva realidad turística.
Algunos países ya han tomado medidas al respecto, como Uruguay y Perú, que trabajan juntos con la mira puesta en analizar cómo se está desarrollando el turismo en la península Fildes, una de las más visitadas de la isla.
Mariana Ríos, integrante del Sistema Nacional de Áreas Protegidas de Uruguay, y Juan Carlos Heaton, del servicio de Áreas Naturales Protegidas del Perú, cuentan a Efe su experiencia recorriendo los rincones de la isla para hablar con los miembros de las bases, con los turistas y comprender un poco más cómo se da este fenómeno.
Ríos teme por el volumen de visitantes, tanto de aquellos que buscan una nueva aventura como de quienes hacen parte de las bases, e insiste en que «urge la ordenación de ese turismo» para garantizar el futuro de la península y de la isla.
Cuando uno camina por los senderos de la Rey Jorge, que se extienden por varios kilómetros y unen tanto las bases como los deslumbrantes paisajes, es casi inevitable cruzarse con grupos de curiosos.
«Realmente es una actividad estacional -explica Heaton sobre el turismo antártico en esta época del año-, vemos que hay una dinámica y la preocupación particularmente que tenemos es que se vaya a generar alguna tendencia, masificación».
EL PAISAJE YA ES OTRO
En algunas de las bahías es más común toparse con los inmensos cruceros turísticos que con sus famosas ballenas, aunque con suerte, en algún instante, se las puede avistar sobre las aguas heladas, como si saludaran hacia la costa. No obstante, el sonido de los barcos y las potentes alarmas de los buques se escuchan irremediablemente, rompiendo el silencio y la calma.
Áreas protegidas, como la Isla Ardley, en la que viven miles de pingüinos de diferentes especies, también se ven afectadas por el impacto del turismo, y aunque muchos rincones son reservados ya hay una playa dedicada en exclusiva para que los turistas puedan interactuar con estos exóticos animales.
UN TRABAJO DE HORMIGA
Los expertos de Uruguay y Perú dedican sus días en la isla a hacer largas caminatas que les permitan conocer la situación de primera mano. Como pequeñas hormigas cargando alimento, van por los senderos del lugar buscando reunirse con científicos y representantes del Tratado Antártico para conocer así sus puntos de vista.
«Todos están preocupados en esa curva creciente del turismo, creen que puede llegar a tener impactos acumulativos y todos coinciden en que las regulaciones actuales son insuficientes para poder hacer frente», sostiene Ríos.
Hoy los países están ante el desafío de establecer normas claras. Hasta los operadores turísticos necesitan que el continente helado siga siendo el paraíso actual, por lo que ven con buenos ojos algún tipo de control específico.
«Ellos son los primeros preocupados -apunta Ríos-, el destino que ellos venden es natural, quieren que el turista se pueda sacar la foto de un lugar impresionante donde la naturaleza te avasalla y la vida silvestre viene hacia ti».
Entre estos expertos está Christina Braun, una científica alemana que desde 2003 trabaja en la isla estudiando el comportamiento de aves, focas y el impacto de las actividades humanas en el medioambiente.
Para ella, que además de conocer el lugar a la perfección está completamente enamorada de la Antártida, lo principal es encontrar turistas que sean sensibles y sepan cuidarla.
«Creo que algún día puede ser muy importante que mucha gente conozca la Antártida, cuando el tratado acabe (se revisará en 2048) necesitamos embajadores; esa también es la idea o el argumento para el turismo», apostilla.
Durante uno de los paseos que hacen en la costa de la península próxima a las bases de Chile y Rusia, un turista se detiene a hablar con Efe. Robert, que viaja desde Australia para cumplir con el sueño de un amigo suyo que falleció en 2019, reconoce la importancia de ser responsable y preservar el lugar, por los efectos del cambio climático.
«Creo que es maravilloso que todas las naciones del mundo trabajen juntas para preservar la Antártida y colaborar con uno de los pocos lugares del mundo en los que todavía podemos tratar de trabajar corporativamente para el futuro», señala.
La preocupación de los países, las preguntas retóricas sobre la conveniencia del turismo o la falta de controles poco le importan a los visitantes que, día a día, copan los diferentes rincones de la Isla Rey Jorge.
Durante uno de los paseos que los visitantes hacen en la costa de la península que da hacia las bases de Chile y Rusia, un turista se detiene a hablar con Efe.
Robert, que viaja desde Australia para cumplir con el sueño de un amigo suyo que falleció en 2019, reconoce la importancia de ser responsable, preservar el lugar, por los efectos del cambio climático.
«Creo que es maravilloso que todas las naciones del mundo trabajen juntos para preservar la Antártida y colaborar con uno de los pocos lugares en el mundo en los que todavía podemos tratar de trabajar colectivamente por el futuro», señala.
Katy Simmons y Richard Chocobie son dos de los guías estadounidenses que acompañan a los turistas por territorio antártico y aseguran a Efe que la mayoría de los visitantes «realmente entiende lo virgen y especial» que es este lugar.
«Les damos muchas pautas obligatorias, sobre todo sobre la vida salvaje. Pero somos muy cuidadosos con las basuras y con no dejar nada atrás (después del recorrido)», afirma Simmons.
LA ANTÁRTIDA BAJO LA MIRADA DE GREENPEACE
A comienzos de año, la fauna de la zona está más presente que nunca y descansa tranquila junto al mar, mientras la Antártida recobra colores que la nieve del invierno le arrebata: el verde de los pastos, el marrón de la tierra o el blanco del glaciar Collins.
Toda esta naturaleza que estremece a quien puede pararse en silencio ante su inmensidad está en riesgo, pero no solo por los posibles impactos del turismo más inmediato, sino por la contaminación y el calentamiento global.
Ante esta realidad, Greenpeace visitó la zona a principios de enero, con sus barcos Esperanza y Arctic Sunrise.
«Esta expedición en la Antártida se enfoca en investigar el estado del océano Antártico, incluyendo el impacto del cambio climático, la contaminación plástica y la pesca industrial en la vida silvestre de este área, como los pingüinos y las ballenas», explica a Efe Frida Bengtsson, líder de la campaña antártica de la organización.
Greenpeace considera que el turismo antártico debe existir para dar a conocer su verdadero valor, pero tiene que ser «bien regulado», «altamente restringido y responsable» para causar «el menor impacto posible».
FUTURO INCIERTO PERO ESPERANZADOR
El futuro de esta isla es incierto. El turismo sigue avanzando, cada vez son más los visitantes durante el verano austral y la solución no se concreta. Mientras tanto, el calentamiento global sigue su camino ascendente y ya son visibles las consecuencias en el glaciar Collins, invadido por las grietas y las rocas que poco a poco se comen el hielo.
Pese a esto, la esperanza se instala en los esfuerzos de estos científicos, de países como Uruguay o Perú, o de incluso de operadores turístico, todos ellos preocupados por mantener viva la pureza de este templo natural, de este paraíso helado.