El nuevo coronavirus (COVID-19) constituye ya una pandemia, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y acumula graves daños contra la economía mundial que se extienden por todo el planeta.
Desde su aparición en China a fines de 2019, la humanidad enfrenta esa especie de debacle sanitaria de cifras tan volátiles que resultan imposibles de seguir con exactitud, mientras la economía se enlentece y marcha hacia una recesión y las bolsas se derrumban de forma estrepitosa.
La OMS estima en 4 mil 200 la cifra de muertos, entre 120 mil contagiados, de 114 Estados (14 de ellos latinoamericanos y caribeños), al tiempo que la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo
(Unctad) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) describen secuelas catastróficas.
De acuerdo con un estudio de la Unctad, las secuelas del nuevo coronavirus disminuirán este año el crecimiento global hasta menos del
2,5 por ciento, en medio de un escenario a la baja con un déficit de dos billones de dólares en el ingreso global.
La tendencia a disminuir la producción fabril de naciones afectadas por el virus como China, Estados Unidos, Alemania, Japón, Corea del Sur o Italia, con la consiguiente reducción en el gasto de combustibles, deprime también la extracción y ventas de petróleo y agrava la actual guerra entre los grandes productores.
Por eso es coherente que la Unctad sitúe en ese entorno de reducción de crecimiento a los países exportadores del crudo entre las economías más afectadas, junto a otras generadoras de productos básicos, todos los cuales podrían perder un punto porcentual de incremento económico.
Los precios del barril de petróleo Brent, el referente en Europa, cayeron hasta los 35,58 dólares, después de cerrar el martes en 34,88 dólares; en tanto el otro líder principal del mercado de crudos, el West Texas estadounidense, retrocedió hasta los 33,20 dólares frente a los 35,88 dólares de ese martes.
Y en ese escenario energético también sobresale China, omnipresente en casi todas las carreteras mercantiles internacionales y en especial la energética, por ser el territorio mayor importador de combustible y un gran comprador de materias primas.
También, acorde con las fuentes, sufrirán un impacto estimado entre un 0,7 y 0,9 por ciento de desaceleración los Estados asociados a los conmocionados por el coronavirus, como Canadá, México y la región centroamericana, insertados en cadenas internacionales de Asia oriental y meridional.
El nerviosismo y la pérdida de confianza de consumidores e inversores figuran entre los signos más inmediatos de propagación de esas reducciones comparativas con las cifras iniciales de los pronosticadores para 2020, cuyas diferencias sobrepasan límites calculados en billones de dólares.
Del mismo modo, a causa del COVID-19 sufriría serios daños la inversión extranjera directa, con una disminución entre un cinco y un
15 por ciento, y, en caso de que la epidemia se extienda durante todo el año, llegaría a sus niveles más bajos desde la crisis financiera de 2008.
Las industrias automotriz, de aviación y de energía aparecen entre las más afectadas en materia inversionista, mientras los países de mayor impacto negativo serán los que como China recibieron los primeros golpes de la actual pandemia, cuyas interrupciones de suministros afectarán, además, a las economías de otros con demanda de ellos.
Una importante área diezmada por el virus es la exportación mundial, que solo en febrero último bajó en 50 mil millones de dólares, lo cual produjo una contracción del dos por ciento en la producción manufacturera.
Ello afecta de manera especial al gigante asiático, mayor exportador del mundo y su segunda economía con el 16 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB), eslabón imprescindible en la cadena global y gran suministrador de rubros como teléfonos celulares, componentes de autos y equipos médicos.
Pero tampoco se salvan de las secuelas de la pandemia las economías de la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, que figuran en el grupo de las más impactadas por el brote de la enfermedad.
Otra fuente que acredita el estancamiento es la OCDE, al advertir sobre una reducción de la mitad del crecimiento mundial; mientras el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF) considera que el COVID-19 solo permitirá un punto porcentual de crecimiento global en 2020, la cifra más baja en una década.
Ese exiguo avance causado sobre todo por las caídas que sufrirían China, Estados Unidos, Alemania, Japón y otros mercados emergentes, contrastaría con el aumento de 2,6 por ciento registrado el pasado 2019.
En el caso de China, nación bien conocida como “la gran fábrica del mundo”, el PIB solo crecería un cuatro por ciento, casi dos puntos porcentuales menos que el pronóstico anterior, en tanto Estados Unidos se expandiría un 1,3 por ciento, por debajo de los dos puntos calculados antes, lo cual estremece la producción universal y repercute en la oferta y la demanda.
En todo caso, según entidades como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, de todos modos el crecimiento global se ralentecerá por los efectos del Covid-19 en las cadenas mundiales de producción y, por extensión, en la distribución y el consumo.
El Banco Asiático de Desarrollo, por su parte, pronostica que, de continuar al actual ritmo la propagación de la enfermedad, la economía global perderá unos 347 mil millones de dólares, equivalentes a entre una y cuatro décimas del PIB global.
Las bolsas del Sudeste asiático, por cierto, se desploman por estos días de forma vertiginosa igual que en otras regiones del mundo, incluidas Wall Street, Europa y América Latina, ante el impacto del COVID-19, mientras expertos en el tema ubican ya esta crisis bursátil entre las peores en la historia de la economía mundial.