El dique olímpico frente al coronavirus, el último bastión del deporte en el año de la pandemia, cayó definitivamente. Los Juegos no serán en 2020, sino en 2021, después de que el Comité Olímpico Internacional (COI) aceptara la petición del primer ministro japonés, Shinzo Abe.
El organismo había ya admitido la opción del aplazamiento y estaba pendiente, únicamente, de resolver los compromisos contractuales, la mayor parte de ellos contraídos con el país organizador. Una vez que Japón dio el paso, el COI acepta el traslado de los Juegos al año siguiente, como ya hizo la UEFA con la Eurocopa.
El supuesto de haber podido realizarlos en el año olímpico, pero más adelante, era arriesgado por tres razones: el desconocimiento sobre la evolución de la pandemia; la negativa a acudir de numerosos países, algunos de los cuales, como Canadá o Australia, ya se habían pronunciado al respeto, y, finalmente, el temor a celebrar competiciones en estadios vacíos. Escenarios que habrían llevado a Tokio 2020 a un fracaso absoluto y a ser recordado por los Juegos que se llevaron a cabo contra la realidad.
Japón prefiere asumir los costes económicos, cuantiosos, que supone el aplazamiento. Evaluarlos es, hoy, difícil, ya que tienen que ver con la industria turísitca, los operadores de televisión y las empresas que debían gestionar las instalaciones después de los Juegos, lo que se conoce como el legado. Es el caso de la villa olímpica, cuyas viviendas ya habían sido adquridas por particulares. Empieza, pues, un tiempo de negociación y reconstrucción, en la que el Comité Organizador contará con el COI como mediador.
El acuerdo, para el que el COI se había dado cuatro semanas, se cerró en una llamada telefónica de Abe a Thomas Bach, máximo dirigente olímpico. «Le pedí que considerara la opción de posponer los Juegos un año para hacer posible que todos los atletas llegaran en la mejor condición posible, además de para celebrar el evento de la forma más segura para los deportistas y para los aficionados», explicó el primer ministro japonés. La respuesta de Bach fue que «estaba al 100% de acuerdo».
Mientras Tokio, que ya contaba con todas las instalaciones a punto, debe resolver y adaptar su candidatura, planteada por el país como una cuestión de Estado, al COI le espera, asimismo, una labor de coordinación con las federaciones internacionales para adaptar sus calendarios, debido a los Mundiales u otros campeonatos programados para 2021 y de los que depende buena parte de los balances de los organismos deportivos. Es posible que deba encontrar un sistema de compensaciones por las pérdidas.
Los atletas pueden ya estar tranquilos, puesto que el estrés que había generado la pandemia sobre su preparación, a meses de los Juegos, era insostenible. Se alarga el tiempo, se alarga la preparación y deberán alargarse, en muchos casos, los recursos destinados a ello. Es el caso de España y su programa ADO, ya muy mermado para esta cita. Todo ello en un contexto de presupuestos de posguerra que van a repercutir en el deporte, como en todos los sectores, a través del dinero que el Consejo Superior de Deportes (CSD) destina a las federaciones nacionales. Quizá para algunos, como podría ser el caso de Pau Gasol, líder del equipo español de baloncesto, esta prórroga sea excesiva.
El aplazamiento ya denifitivo de los Juegos, que cerrara el curso deportivo, puede arrastrar al conjunto de otras competiciones hasta un escenario que de la temporada por perdida. Liga y Federación ya dijeron que las competiciones no se remprenderán hasta que no lo autorice Sanidad y lo mismo sucede en la mayoría de los deportes. La cita quiere conservar su nombre, Tokio 2020, también para 2021, pero lo cierto es que el año olímpico, uno de los peores de nuestras vidas, lo es también para la historia del deporte.