Las flotas de las aerolíneas están varadas. Los hoteles prácticamente cerrados. Los turoperadores en cuarentena. Los restaurantes clausurados. La vida turística, en definitiva, mandada directamente al averno.
Esta es la verdad. Esta es la realidad descriptible. El Gobierno –cogido a contrapié de todo, auto complacido en su propio detritus e incapacidad– ha anunciado (que no puesto en práctica) un plan de choque que dice superará los 200.000 millones de euros.
Si uno –aprovechando la insufrible cuarentena– dedica cinco minutos a ver dónde y cómo se destinarán esa morterada de millones, podrá comprobar que el poder ejecutivo de la Nación ha olvidado por completo que el sector turístico español supone más del 14 por ciento del Producto Interior Bruto. Ha olvidado que, frente a otras economías europeas y mundiales, la industria turística de este país es vital desde cualquier punto de vista que pudiera considerarse.
Frente a ese dato frío y constatable, el Gobierno hace caso omiso al gran problema que envuelve a cientos de miles de empleos y alivia la balanza de pagos española. Claro que los avales que teóricamente concederá a las empresas medianas y pequeñas son aplicables a las pymes turísticas y a los autónomos, pero no es suficiente. La conclusión que puede extraerse es que la titular de Industria y Turismo ha sido ninguneada por sus compañeros de Gabinete, donde el poder político de Pablo Iglesias ensombrece lo que debería relucir en unos momentos dramáticos, más bien trágicos, para la primera industria nacional.
Falta un plan integral para encarar el virus que amenaza con volver a los años 60 del siglo pasado. No será porque el Turismo español no tenga impronta suficiente, los lobbys necesarios para hacer llegar al poder institucional sus inquietudes y sus necesidades. Uno de sus exponentes más significativos a nivel de liderazgo me comentaba hace unos días que el Gobierno del señor Sánchez nunca ha valorado en justeza lo que la actividad turística representa para la Nación.
Ahora y a partir de ahora se darán cuenta de ello. Esperemos. Canarias, Baleares, la costa mediterránea y la incipiente actividad turística rural van a sufrir tal deterioro que aquellas voces que durante los últimos años han clamado contra el turismo se van a tener que poner sordina y comerse sus quejas y su turismofobia. ¿De qué van a vivir, comer y desarrollarse?
Definitivamente, ha llegado el momento de levantar la voz, movilizarse (cuando el estado de alarma lo permita) e imitar, por ejemplo, a los agricultores que han dado una lección poco antes de que el coronavirus irrumpiese criminalmente sobre el pueblo español. El sector cuenta con líderes muy cuajados para que los despachos ministeriales se abran de par en par.
Si decepcionante fue la respuesta gubernamental (en general) en los inicios de la gran pandemia, mucho más decepcionante ha sido la ineptitud del orondo y engreído Gobierno para dar respuesta a las necesidades de un sector absolutamente clave para la economía española. ¿No querían algunos portavoces del gobierno socialcomunista poner coto al crecimiento turístico? ¡Pues ahí tienen tres tazas!
Desde luego, lo prioritario en estos momentos es capear el temporal y poner coto al bichito que se ha llevado más de mil vidas españolas. Pero como estoy seguro que ese bichito será derrotado más pronto que tarde, habrá llegado el momento de pedir cuentas primeramente y luego encarar el futuro desde la perspectiva y la lección que ofrece el deprimente y triste panorama que nos circunda.