Andrea Lamponi y otros ocho tripulantes salen a remar por la laguna sur de Venecia en un sandolo y una caorlina, dos típicas embarcaciones locales. ‘Fingimos ser piratas que van a la conquista, pero no desembarcamos: solamente tomamos posesión de las islas con los ojos y el corazón’, dice.
Tras su paso por Crevan, una isla privada, bajan en San Francesco del Deserto, una frondosa isla con un monasterio donde se habría recluido Francisco de Asís a su regreso de Oriente en 1220. Los tripulantes venecianos son recibidos por Fray Alberto y, antes de la puesta de sol, emprenden el regreso a Venecia.
‘Eran las cinco de la tarde’, cuenta Lamponi, de 55 años, empleado del teatro estable del Véneto Carlo Goldoni. ‘No había el habitual movimiento caótico y constante en la laguna, estaba absolutamente tranquila e inédita: desde que he nacido no la recuerdo así’.
Era el sábado 7 de marzo, un día antes de la cuarentena total dispuesta por el Gobierno italiano. Las multitudes de turistas se habían esfumado y, con ellos, se había contraído la mayor parte del tráfico motorizado de buses acuáticos o vaporettos, grandes naves y lanchas taxi. Las aguas, por primera vez en una generación, estaban libres del movimiento ondulatorio -en italiano, moto ondoso- que remeros y activistas de la ciudad denuncian.
En menos de seis meses, dos calamidades golpearon la ciudad y expusieron la fragilidad de una economía casi exclusivamente dependiente del turismo. El 12 de noviembre del año pasado, una extraordinaria marea de casi dos metros paralizó la ciudad y provocó el primer éxodo de turistas. Después, con la cuarentena por el coronavirus, Venecia cobró el aspecto de una ciudad fantasma.
A su regreso por la laguna y los canales desiertos de Venecia, Andrea y los demás remadores también notan el silencio y la tranquilidad espectral de sus calles y los paseos paralelos a los canales. Apenas algunos transeúntes, cerradas las ventanas de palacios y edificios.
Empiezan a cuestionarse si el centro histórico de Venecia tiene verdaderamente tantos habitantes. Según datos oficiales citados por el diario La Nuova di Venezia, la ciudad alberga 53.976 habitantes, sin contar la zona metropolitana del territorio continental. El Servicio de Estadística e Investigación de la municipalidad de Venecia no puede ser consultado al estar cerrado por la emergencia sanitaria.
‘Desde que me establecí aquí en el año 2000, la ciudad ha cambiado visiblemente’, dice Vera Mantengoli, periodista que escribe para La Nuova di Venezia y La Repubblica. ‘Los signos más evidentes de despoblación son las ventanas cerradas de las casas abandonadas y los edificios transformados en hoteles, sin mencionar la cantidad de supermercados para satisfacer turistas que ha obligado a muchas tiendas pequeñas de comestibles a cerrar’.
Y menciona el efecto adverso que ha tenido el MOSE (siglas en italiano de Módulo Experimental Electromecánico y una alusión al profeta Moisés que separó las aguas del Mar Rojo): un sistema inconcluso de diques cuya construcción comenzó en 2003 y que ha estado plagado de irregularidades -con facturaciones falsas que ascenderían a más 33 millones de euros- y denuncias sobre su viabilidad.
‘Antes del MOSE, el Gobierno asignaba fondos para el mantenimiento de la ciudad’, dice Mantengoli. ‘Después, con la promesa de que el MOSE resolvería muchos problemas, ese dinero se derivó al gran trabajo que, como ahora se sabe, fue objeto de un vergonzoso escándalo de sobornos’.
El aspecto de una ciudad fantasma y que tras la huida de los turistas se nota el silencio y la tranquilidad espectral de sus calles.
El aspecto de una ciudad fantasma y que tras la huida de los turistas se nota el silencio y la tranquilidad espectral de sus calles. ( EFE)
Silencio en el laberinto
En el silencio de calles desiertas y aguas inmóviles, la hermosura de Venecia queda al desnudo en su magnificencia y desolación.
Las paredes hablan un lenguaje bizantino, de esculturas de mármol robadas a Constantinopla en la Cuarta Cruzada entre 1204 y 1261, empotradas enteras o fragmentadas en las paredes externas de palacios y edificios comunes: pavos reales que beben de la fuente de la vida eterna, o una cigüeña que lucha con una serpiente, en iconografía a veces gastada y de significado perdido.
Cabezas de piedra que presiden pórticos, a veces de fealdad deliberada, cobran improbable belleza.
Muchos edificios tienen sus persianas cerradas. En casi todos hay alguna ventana abierta, y rara vez más de tres o cuatro.
Una caminata de 15 minutos empieza en el puente de la Academia. No hay nadie en uno de los sitios habitualmente más concurridos por sus vistas del Canal Grande y la Catedral de la Salute. Una mujer pasa en sentido opuesto con la cabeza agachada.
Hasta la plaza de San Marcos solamente se ven cuatro personas: un hombre acompañado de su perro; dos policías, hombre y mujer, que saludan y prosiguen una conversación animada, y una figura fugaz que se pierde en una callejuela lateral del laberinto que es Venecia. La iglesia de San Moisés está abierta y deshabitada. Una vela arde solitaria.
Y San Marcos, quizás por primera vez en siglos, lleva semanas desierta. Todos sus cafés están cerrados. Hasta las palomas han desaparecido.
“¿Lleva su permiso?”, pregunta un grupo de policías al reportero, a quien también piden sus credenciales. Toda persona en Italia debe justificar su salida a la calle. Dan las campanadas de las 11, que suenan prístinas y sin prisa en la Basílica de San Marcos y la enormidad de la plaza.
Vista de la plaza de San Marcos en la ciudad de Venecia.
Vista de la plaza de San Marcos en la ciudad de Venecia. ( EFE)
La Venecia real
Uno de los efectos curiosos de la Venecia vaciada de turistas es que ahora solamente se ven los habitantes locales.
El sábado a la mañana, un nutrido grupo de venecianos se congrega en el Mercado del Pescado, una galería de arcos neogóticos en la zona de Rialto, eligiendo entre mariscos, lubinas, doradas y otras variedades.
‘Se sobrevive, venimos acá solamente para apenas sacar los gastos’, dice Dario Naccari, pescadero que trabaja en este lugar desde hace cuarenta años. ‘Ya después de la marea grande de noviembre había bajado muchísimo la venta, y ahora ha caído entre 70 y 80 por ciento’.
Acaso por las melodías del italiano y del veneciano, las voces de la gente congregada suenan alegres a pesar del coronavirus, el único y lúgubre tema de conversación de las últimas semanas. ‘No comparo ni de lejos con el período de la guerra, es muy distinto, pero ahora verdaderamente estamos aterrorizados”, admite Anna Lazaris, una de las pocas personas que se encuentran por la calle.
‘Cuando termine esta emergencia, y esperamos que termine, la ciudad debe repensar su modo de ser. El monocultivo turístico deberá terminar, y espero que lo haga. Deberán hacerse sacrificios y concebir la ciudad no solo y exclusivamente como un hotel, ganando dinero con los alquileres turísticos. ¿Porque entonces qué se ve?. Esto: una ciudad que ya no tiene residentes’, añade la contable local Antonella Baretton, que también se ha acercado al mercado.
Fabio Carrera, académico veneciano especializado en tecnología urbanística, intenta promover el repoblamiento de la ciudad a través de la creación de empleos altamente calificados no vinculados con el turismo con remuneraciones que permitan vivir en Venecia.
En 2017, Carrera, profesor del Instituto Politécnico de Worcester, en Massachusetts, Estados Unidos, creó SerenDPT, una corporación de beneficencia en Venecia para fomentar la creación de nuevas empresas tecnológicas. Con su proyecto busca crear ‘diez startups de diez personas en diez años’.
‘El obstáculo principal en Italia son las finanzas’, dice. ‘En Italia no hay capitales de riesgo como hay en Estados Unidos’.
Sandro Franchini, del Instituto Véneto de Ciencias Literarias y Artes, añade: ‘El hecho es que las condiciones han cambiado drásticamente por el hecho de que aquí faltan, en verdad, cien mil residentes. Para el futuro, espero que se entienda que no se puede basar todo en el turismo, que hace falta incentivar también actividades diferenciadas. Es una gran lección no sólo para Venecia sino para todo el mundo, es una situación que ocurre a nivel global’.
Para muchos, Venecia no es solo un vestigio del pasado, sino una realidad creativa. El escritor veneciano Tiziano Scarpa defiende con vehemencia la vitalidad cultural de la ciudad, pero ahonda en la desproporción entre habitantes y turistas. ‘Venecia es la ciudad de la Bienal, donde convergen las creaciones más innovadoras de cine, teatro, música, arte, danza; y luego el teatro La Fenice, la Academia de Bellas Artes y tantas otras instituciones que producen cultura’. No obstante, sus esperanzas se tambalean: “Después del doble desastre, no sé en qué quedará de todo esto’.
‘Los venecianos no pueden vivir aquí. Los que no tienen posibilidades económicas se han marchado a Mestre, aquí solo quedan unos pocos afortunados’, se queja Lazaris.
‘Los alquileres de las casas, la venta, los alquileres de negocios, la gente no puede y se ve obligada a irse. Cuando yo era chico, hace 40 años, Venecia era bellísima, repleta de personas, repleta de negocios, no había supermercados. Estaba el turismo y estaban también los venecianos’, cuenta un comerciante en la calle.
Quienes se quedan, a pesar de todo, esgrimen razones inapelables. Lamponi, el remador, trata explicar su apego. ‘El agua en Venecia es como la circulación de sangre por las venas’, dice. ‘Desde hace décadas, el agua ha dejado de ser visto como un espacio de conexión. Se la entiende como un obstáculo a superar lo más rápido posible. Por eso se corre. Por eso hay tantas hélices y tantas naves motorizadas. Al remar, realmente entran en contacto todos los elementos’.
Anna Marin, su esposa y también remadora al estilo véneto, recuerda su juventud en la década de 1970, cuando frecuentaba la galería Il Cavallino y era posible codearse con artistas como Marina Abramovic sin ningún problema, ‘una realidad cultural impensable ahora’.
Sobrina de Giuseppe Mazzariol, historiador de arte veneciano y amigo del arquitecto Carlo Scarpa, Marin recuerda que su tío, muerto en 1989, ‘tenía una idea de ciudad increíblemente moderna para la época: conjeturaba ya en la década de 1960 sobre una ciudad que ahora podríamos llamar digital’.
Pese a todo, ella se queda. ‘Para mí Venecia es un gran amor’.’Ho el mal dea piera’, dice en veneciano, ‘tengo el mal de la piedra’. En su familia, es la expresión que usan para describir el arraigo a esta ciudad.