Los líderes mundiales, sus diplomáticos y los analistas geopolíticos saben que vivimos una coyuntura de cambios de las que hacen época y, mientras tienen un ojo puesto en el día a día, el otro comienza a otear la crisis que nos dejará el coronavirus como legado. Ideologías enfrentadas, bloques, liderazgos y sistemas de cohesión social están siendo sometidos a prueba ante la opinión pública mundial.
A estas alturas, todos los habitantes de la aldea global comienzan a extraer sus propias conclusiones. «Muchas certezas y creencias desaparecerán. Muchas cosas que pensábamos imposibles están pasando», ha dicho Macron en Francia. «El día después de la victoria no habrá un regreso al día anterior, seremos moralmente más fuertes». Macron ha prometido comenzar su respuesta con una fuerte inversión en salud. Varios diputados macronistas ya han comenzado a elaborar una página web llamada Jour d’Après (el día de mañana).
En Alemania, el exministro de Asuntos Axteriores socialdemócrata Sigmar Gabriel ha lamentado que «hayamos minusvalorado el papel del Estado durante 30 años», y predice que la generación por venir será mucho menos ingenua respecto a la globalización. En Italia, el exprimer ministro Mateo Renzi ha convocado ya una comisión oficial sobre el futuro. En Hong Kong alguien ha pintado un grafiti en el que se lee: «No puede haber retorno a la normalidad porque la normalidad era el problema de origen». Henry Kissinger, que fue Secretario de Estado de la Administración Nixon, cree que los gobernantes deben comenzar a prepararse para la transición a un orden mundial nuevo tras el coronavirus.
El Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ha dicho: «La relación entre las principales potencias nunca ha sido tan disfuncional. La Covid-19 muestra dramáticamente, que, o nos unimos, o podemos ser derrotados».