Hasta que no exista una vacuna, la desconfianza formará parte de nuestro equipaje. Sin embargo, la pandemia no nos ha quitado las ganas de viajar. Al contrario, el confinamiento ha acentuado aún más la necesidad de partir, cuanto más lejos, mejor. Pero una cosa es el deseo y otra la realidad que las medidas sanitarias impondrán: geles, guantes y mascarillas han venido para quedarse.
Si todo evoluciona favorablemente, los escenarios más optimistas indican que el 22 de junio se habrá alcanzado la “nueva normalidad” y será posible viajar por España. Luego llegarán los desplazamientos internacionales, pero ¿cómo afectará a la experiencia viajera la nueva situación?
Hasta que las aerolíneas no reemprendan el vuelo con regularidad, está claro que los desplazamientos se harán por tierra y, con preferencia, en vehículo privado. La unidad familiar volverá a viajar en coche a destinos que ahora parecen cercanos pero que a nuestros abuelos se antojaban lejanos por las carreteras de entonces. En esta modalidad de viaje sólo tendremos que estar atentos a las medidas que ya aplicamos en casa: mantener desinfectadas las superficies que se tocan más a menudo, ventilar cuando sea posible u observar un buen mantenimiento de los filtros de aire y partículas. La mascarilla dentro del coche no es necesaria en este caso.
Más complejo es el caso de los aviones. En un primer momento se ha apuntado una drástica reducción de la ocupación, dejando asientos vacíos entre pasajeros, pero la Asociación Internacional del Transporte Aéreo (IATA), que engloba a las principales aerolíneas del mundo, ha indicado que es partidaria del uso de mascarillas durante todo el vuelo, pero rechaza dejar asientos libres entre pasajeros para evitar que los precios se disparen; para que un vuelo resulte rentable ha de tener al menos un 77% de ocupación. Las clases Business y Premium, aunque cuentan con más espacio o con compartimentos privados, como en Emirates, tampoco estarán eximidas del uso de máscara.
Comunes para el transporte aéreo, marítimo y en tren serán los nuevos procedimientos de embarque, tales como la toma de temperatura previa, la digitalización del acceso utilizando el dispositivo móvil del pasajero, un rígido turno de acceso que reduzca el contacto entre personas y una limitación de movimientos a bordo, menos dramática en las embarcaciones que dispongan de terrazas. La frecuencia de desinfección y limpieza de espacios se intensificará, y el servicio de comida desaparecerá o se simplificará para que la tripulación no tenga que manipularla. Y olvidémonos de lagrimosas despedidas: los acompañantes no podrán acceder a los aeropuertos o salas de espera.
Se ha afirmado que el turismo de proximidad beneficiará de entrada los alojamientos rurales que permitan hospedar una familia al completo durante sus vacaciones, pero dependiendo de las normas sanitarias que se tengan que cumplir, es más probable que una gran cadena hotelera tenga más músculo financiero para afrontarlas. Lo que sí parece seguro es que habrá que garantizar un período mínimo de 24 a 72h de no ocupación entre huéspedes, tiempo que se aprovechará para una limpieza a fondo y para retirar de forma aséptica sábanas y toallas utilizadas para que no se contagie el servicio. Puede ser que durante un tiempo las exigencias higiénicas vayan en contra de la práctica sostenible de no solicitarlas limpias a diario, además de obligar al lavado de la ropa de cama a altas temperaturas.
El mostrador de recepción, que ya había empezado a desaparecer en muchos hoteles boutique y de alta gama para crear un ambiente más desenfadado, tenderá a desaparecer en favor de la tecnología. Los procesos de check in y check out se realizarán con servicios en la nube accesibles desde el propio smartphone a través de un mensaje de bienvenida previo a nuestra llegada. El reconocimiento facial irá abriéndose paso como medida de seguridad y el móvil del cliente servirá para abrir la puerta de la habitación, sin entrega previa de tarjetas magnéticas. Todo ello requerirá inversiones en tecnología por parte de los hoteleros, claro está.
La desaparición de los bufetes libres también está cantada. En cambio, la experiencia global del cliente será cada vez más Premium porque se priorizarán los desayunos en la habitación y el anfitrión personalizado, a la manera del mayordomo o butler que ya se ofrece por defecto en muchos hoteles gran lujo. Las mascarillas formarán parte de las amenities de la habitación.
El sector del wellness y el spa es una de las grandes incógnitas post-Covid. Si bien es cierto que la crisis sanitaria ha acentuado la tendencia de valorar las cosas sencillas, dedicar tiempo a uno mismo y mimarse – todos ellos conceptos muy cercanos al turismo del bienestar –, también lo es que el miedo al contagio o el hecho de que un masaje requiera necesariamente del contacto físico entre el terapeuta y el cliente, pueden jugar en su contra. Como sea, la protección respiratoria, ocular y facial formará parte del ritual, así como la necesidad de descontaminación y de tratamiento controlado de desechos. Y los circuitos de aguas deberán incorporar un protocolo de análisis frecuentes.
Las visitas guiadas en grupo también van a sufrir cambios. De entrada, el número de participantes se reducirá para garantizar el distanciamiento social y, en el caso de usar dispositivos de transmisión de audio para las explicaciones, al menos los auriculares deberán ser desechables. Algo parecido sucederá con las audioguías habituales en museos y exposiciones, donde veremos una transición del dispositivo entregado en recepción al acceso a la información a través de nuestro teléfono. El aforo de estos espacios será reducido y por cita previa, que deberemos reservar por anticipado a través de sus páginas web o apps. Se acabó el improvisar.
Mucho se ha debatido sobre la implantación de un “pasaporte de inmunidad” para aquellos ciudadanos que hayan superado la Covid-19. La duda surge ante la incerteza actual sobre cuánto tiempo pueda durar dicha inmunidad, así como si la validez de este documento será aceptada a nivel internacional. La medida no sería tan extraña, puesto que en muchos países ya se exige un certificado de vacunación contra enfermedades como la fiebre amarilla para poder cruzar la frontera. La prevención siempre ha formado parte, o debería haberlo hecho, del viaje a un destino exótico.
En este aspecto no queda más remedio que esperar, ya que además de seguir las recomendaciones de la Organización Mundial del Turismo, cada país puede aplicar de forma individual su propia normativa. Por ejemplo, hoy en día, lugares tan diversos como Finlandia, Botswana o Maldivas aceptan la entrada de extranjeros con prevenciones y reservándose el derecho de ponerlos en cuarentena, como sucedía en otros tiempos con los barcos que llegaban de ultramar.
Los viajes organizados por una agencia oficial tienen la ventaja de que, por ley, ya cuentan con un seguro obligatorio y con garantías en el caso de repatriación forzada por enfermedad, por ejemplo. Se ha podido comprobar cuando se ha declarado el Estado de Alarma y muchas se han encargado de devolver a sus clientes a casa. La incógnita de cara al futuro deriva de la propia definición del tipo de viaje: en grupo. Sin duda la tendencia irá hacia la reducción de participantes por tour, que además tendrán que certificar su estado previo de salud, algo que por otro lado ya consta en la letra pequeña del contrato de viaje. Los destinos activos, de naturaleza y, sobre el papel, más solitarios, llamarán la atención de los usuarios. El problema es que lugares como la Antártida, las Galápagos o Sudán son muy frágiles desde el punto de vista medioambiental. La actitud solidaria y el respeto del entorno, como señala el colectivo #locosporviajar, deberán incluirse en la maleta.