En las últimas semanas no deja de recordarse la contribución fundamental del turismo a la economía española, subrayando al mismo tiempo la enorme cantidad de empleos que genera. Ese es un punto de partida con el que todos estaremos de acuerdo. También se repite y se aplaude el hecho de que, en sus tres últimos informes, el Foro Económico Mundial sitúe a España como el destino turístico más competitivo del mundo. Y hay otro consenso inapelable: la crisis que estamos viviendo va a producir cambios disruptivos en todos los elementos y relaciones del sistema turístico. Probablemente, también se destruirán millones de empleos en todo el mundo y algunas grandes corporaciones y muchas pequeñas empresas quebrarán.
El carácter global de la crisis y la ausencia de situaciones pasadas comparables introducen además, un componente de máxima incertidumbre que dificulta establecer pronósticos o diseñar escenarios posibles, a pesar de que, desde el primer minuto, muchos expertos y todo tipo de gurús se han empeñado en marcar fases y escenarios para volver a la tan traída y llevada normalidad.
El colapso motivado por la pandemia ha puesto a la sociedad española ante un espejo de aumento en el que nuestros defectos se amplían y nuestros afectos y desafectos se exageran. Lo mismo ocurre cuando hablamos de turismo. Los defectos de los que nos venimos haciendo eco no solo los académicos, sino todos los profesionales del sector turístico, pueden convertirse en debilidades estructurales del sistema y, lo que es peor, las fortalezas de España como destino se han puesto en peligro.
¿Cuáles son nuestras fortalezas según el propio Foro Económico Mundial? Sus indicadores destacan elementos cuyo mantenimiento y valorización turística están muy relacionados con la inversión pública. Esto es: la seguridad, el sistema de salud, las infraestructuras turísticas, la accesibilidad (entiéndase, la facilidad para llegar, nada que ver con el turismo accesible) y el patrimonio natural y cultural. Salvo en el caso de las infraestructuras, donde desempeña un papel relevante la iniciativa privada y, en concreto, la planta hotelera española (de las más modernas y de mayor calidad del mundo), el resto son fortalezas de España no sólo como destino turístico sino como país. Es decir, ser destino turístico nos conviene si gracias al turismo tenemos mejores servicios, pero también al revés, el turismo se beneficia enormemente de las inversiones públicas para alcanzar los indicadores de excelencia de los que presume.
Las debilidades del turismo español están bien identificadas desde hace muchos años y en cualquier plan estratégico de las últimas cuatro décadas se proponen acciones para su enmienda. Sin ánimo de exhaustividad, estas debilidades son: la dependencia de determinados mercados emisores de turistas (Reino Unido, Francia y Alemania, particularmente); la alta especialización en productos con bajo valor añadido (baja productividad diría un empresario); la fragmentación de la oferta turística (inmensa mayoría de pymes y autónomos); saturación de algunos destinos turísticos (lo que dio lugar a procesos de contestación social en veranos anteriores); poca inversión privada y pública para la adaptación del turismo a la economía digital, si se compara con otros sectores; y, sobre todo, un capital humano que no recibe formación en las empresas y está poco cualificado (tal y como se reconoce en los informes mencionados del Foro de Davos). A esto, yo me atrevo a añadir que la hospitalidad, difícil de medir en términos econométricos, es una de nuestras grandes fortalezas. Sin embargo, la poca consideración social del turismo, y de las profesiones asociadas a él, es una de las razones por las que cada año se produce una fuga de talento hacia otros sectores.
Insisto en que todo esto que les cuento no es nuevo. Está recogido en cientos de artículos e informes. Lo que ocurre ahora es que las debilidades se hacen más evidentes. La urgencia por traer británicos a Benidorm o alemanes a Baleares nubla la visión de lo importante, que es diversificar mercados creando productos de más valor añadido, necesarios para: 1) mejorar la productividad; 2) atraer a una demanda con más capacidad de gasto; y 3) mejorar las condiciones laborales de los trabajadores y, en especial, de las trabajadoras que ocupan los puestos peor pagados del sector.
Si alguien ha llegado a leer hasta aquí, puede que ya esté con el runrún de que estoy exagerando. Solo le diré que el portal web líder en la búsqueda de empleos en el turismo indica que sus puestos de trabajo ofrecen salarios un 17% más bajos que en el resto de los sectores.
Ante este diagnóstico ¿cuáles son los retos para superar la crisis? ¿Cómo se abordan las urgencias? Si queremos recibir algunos de los 161.000 millones de euros que la Comisión Europea promete (aún por negociar) para reflotar el turismo en la Unión, tenemos que seguir el camino trazado e invertir en coherencia con los principios del Gran Pacto Verde y la transformación digital. ¿Cómo se concreta esto en el sector turístico? Solo les apunto tres ideas básicas.
La primera: es preciso mejorar la formación y la capacitación de los trabajadores con el fin de facilitar su transición e incorporación a la economía digital. Esta propuesta va irremediablemente unida a la mejora de sus condiciones laborales para, así, evitar la fuga de talento. Si los esfuerzos en esta dirección no se intensifican de manera urgente, será muy complicado acceder a segmentos de mercado de mayor gasto y, en definitiva, conseguir aumentar la productividad.
La segunda: hay que profundizar en el desarrollo de mecanismos que garanticen una gestión turística basada en la gobernanza. Sobre este asunto se habla mucho y se hace poco. La colaboración público-privada, que en otros países está más que aceptada, aquí aún no se toma en serio. No es razonable que ante una crisis haya que improvisar comités de expertos. Esos consejos, comisiones, o como se les quiera llamar, deben ser estables y ser los mismos que toman las decisiones estratégicas, consultando, lógicamente a los especialistas que se precise según el problema. En esos comités tienen que estar representados la administración pública y el empresariado, pero también los sindicatos, los centros de producción de conocimiento y los representantes de los ciudadanos, que son quienes van a recibir a los turistas.
La tercera, pero no menos importante: situar la sostenibilidad del turismo en el centro de todos los debates. ¿De verdad quieren ustedes que vuelvan 83 millones de turistas a España en las mismas condiciones de masificación? ¿Que sigan llegando a través de paquetes comprados a turoperadores alemanes o ingleses que se quedan con una parte sustancial del importe pagado por el viaje? ¿Quieren que los dueños de los alojamientos y ahora también de los restaurantes sigan pagando comisiones de hasta el 20% a empresas tecnológicas extranjeras que facilitan la comercialización de sus servicios pero que no pagan impuestos y están fuera del control regulador?
Insisto en que para ser sostenible el desarrollo del turismo tiene que ser participado por la ciudadanía. Obviamente, la sostenibilidad ha de ser económica y, acerca de esta cuestión, permítanme mencionar únicamente el grave problema que supone la extensión de la economía sumergida y del empleo informal en el sector turístico (la precariedad laboral, la inseguridad jurídica para oferentes y demandantes y el fraude fiscal que lleva aparejado no son rasgos de una sociedad avanzada). Por supuesto, la sostenibilidad del turismo debe fundamentarse también en el respeto, la preservación y la valorización de la identidad cultural y del patrimonio natural existente en cada territorio. He repetido en distintos foros que el turismo es una importante vía de retorno de la inversión en cultura. Asimismo, tiene que jugar un papel definitivo en la conservación de los recursos ambientales y la biodiversidad, reduciendo su contribución al cambio climático.
El futuro del turismo a medio plazo tiene que ser sostenible y digital. Si hoy fuéramos más sostenibles y más “digitales” seríamos más resilientes. Las acciones orientadas a afrontar el horizonte de lo importante son compatibles con la búsqueda de soluciones para las urgencias inmediatas. Asumir este compromiso sería un síntoma de visión estratégica y altura de miras. Significaría haber aprendido algo de los últimos meses.
*Raquel Huete es Profesora de Sociología e investigadora del Instituto Universitario de Investigaciones Turísticas de la Universidad de Alicante