Sube el número de contagios. No solo aquí, en Europa, China, Estados Unidos y en América Latina también. Se plantea la disyuntiva: ¿volver a la fase del confinamiento? ¿Seguir con la desescalada?
No parece realista pensar que el confinamiento puede seguir siendo la medida de control de la pandemia. La crisis económica, pero también la social, empujan hacia una normalización de las actividades. La ansiedad por el encierro de los niños, el desempleo por el cierre de negocios, el toque de queda y la prohibición de movilidad… no puede ser una normalidad.
Es asombroso que millones de personas en todo el mundo aceptaran y cumplieran las severas reglas impuestas por los gobiernos. El colapso de la atención sanitaria lo demandaba, se entiende. Pero aprender a vivir encerrados no es algo que vaya a pasar.
El 1 de julio se abren los cielos y reanudan los vuelos. Con la reapertura del turismo y de los restaurantes (los que sobrevivan a un cierre incomprensiblemente más largo que el de otros negocios) veremos poco a poco signos de recuperación.
Toca pensar ahora en la responsabilidad personal para la protección y en el largo plazo para las medidas que deben tomar los gobiernos. Reforzar el sistema sanitario, para empezar. Desechar el cortoplacismo que imponen los cuatros años de un periodo de gobierno.
¿Cómo se volverá a la escuela? ¿Qué repercusiones van a tener para la educación estos cierres y unos sistemas de educación virtual limitados, por no decir mediocres? El retraso no se va a medir solo en el PIB, costará volver al nivel y ritmo anteriores en muchas otras áreas.