París desprendía mucha tristeza, durante los meses del confinamiento, sin las siempre animadas terrazas al aire libre de sus bares y restaurantes. En la capital francesa son quizás aún más importantes que en otras ciudades porque forman parte indisoluble de su carácter, de su alma. París no es París sin el trajín de los camareros entre las mesitas redondas y las sillas de mimbre coloreado. Apenas recuperados de ese trauma, los parisinos deben prepararse para el próximo golpe: dentro de un año quedará prohibida la calefacción en las terrazas, esas estufas que permiten disfrutarlas durante el invierno y en los días y noches fríos de primavera.
Emmanuel Macron vio las orejas al lobo, en las pasadas elecciones municipales, y quiere evitar que los verdes –si llegan a presentar un candidato sólido– hagan peligrar su reelección en el 2022. El giro ecologista supone, por tanto, un paso obligado, ya sea por convicción sincera o por intereses.
La ministra Barbara Pompili quiere poner fin a prácticas que considera “aberraciones”
La flamante ministra de la Transición Ecológica y Solidaridad, Barbara Pompili, ha incluido la supresión de las terrazas con calefacción dentro de un primer paquete de medidas para poner en práctica las recientes 150 recomendaciones de la Convención Ciudadana por el Clima, un foro cívico alentado por el Gobierno.
“No se puede climatizar la calle en pleno verano, cuando hace 30 grados, y tampoco se puede caldear a todo gas las terrazas en pleno invierno cuando hace cero grados por el simple placer de estar caliente mientras se toma un café”, se justificó la ministra. Según Pompili, el Gobierno está decidido a poner fin “a prácticas que constituyen aberraciones ecológicas”. La ministra no lo dijo, pero pareció evidente que, a su juicio, es mucho más ecológico tomarse el café con guantes y bufanda, por más que resulte incómodo. La emergencia climática obliga a sacrificar ciertos placeres.
En París y en otras urbes francesas son muy populares lo que aquí llaman “braseros”, una especie de sombrillas metálicas que en realidad son potentes estufas de gas. Hay otros sistemas eléctricos que realizan la misma función. El calor que generan estos aparatos hace muy agradable estar sentado en las terrazas, aunque la temperatura sea baja. Los fumadores son agradecidos usuarios de las terrazas climatizadas. Una pequeña y rápida consumición les permite echar un pitillo tranquilos, sin necesidad de tiritar, pues en el interior de los locales fumar no es posible.
Se calcula que, solo en París, hay unos 12.500 establecimientos con terrazas provistas de calefacción. La medida anunciada impactará en un sector ya muy castigado por el forzado cierre durante el confinamiento y por la drástica caída del turismo. El negocio de las brasseries , bares y restaurantes arrastra años difíciles. Antes de la pandemia, los locales en áreas céntricas sufrieron los estragos causados por la larga revuelta de los chalecos amarillos , huelgas y protestas continuas que siempre terminaban en disturbios y destrozos. La pérdida de negocio es, pues, anterior a la Covid-19 y a la ofensiva ecológica del Gobierno.
La eliminación de las estufas de las terrazas era un objetivo perseguido desde hace tiempo por los concejales ecologistas de la capital. Algunas ciudades, como Rennes, habían tomado la delantera. Angers y Burdeos se lo estaban planteando. A partir del invierno del próximo año, la prohibición tendrá carácter nacional.
Los militantes verdes se apoyan en datos que muestran lo nocivas que son las estufas en la calle. Según ha calculado la asociación ecologista NégaWatt, una terraza de 75 metros cuadrados y equipada con cinco braseros emite tanto CO2a la atmósfera, durante un invierno, como un vehículo que circule durante 120.000 kilómetros.
Otras medidas contra el calentamiento global son la prohibición de las calderas de carbón y de gasóleo –no podrán instalarse y si se estropean las viejas ya no se dejará repararlas– y la obligación de los caseros de realizar cambios en viviendas mal aisladas y de alto consumo energético. Si los propietarios no lo hacen, un juez puede decir congelar el pago del alquiler o impedir por completo el arrendamiento.
Sustituir una caldera –con subvención estatal– u obligar a aislar una vivienda no tiene, sin embargo, la connotación social de expulsar al público de las terrazas cuando hace frío. Ahí está en juego el savoir vivre francés. El único consuelo –o drama, según se mire– es que los inviernos en el norte de Francia son cada vez más suaves y, a este ritmo, las estufas de las terrazas pronto se harían innecesarias.