Este verano, España dirá adiós a los mejores turistas del mundo: los japoneses. Esos grupos compactos de viajeros callados y curiosos que recorrían nuestro país de punta a punta en siete días con una agenda infinita de descubrimientos culturales. Se maravillaban ante nuestras obras de arte y el patrimonio arquitectónico; no se perdían el Guernica, la Sagrada Familia o la Alhambra. Se emocionaban en los tablaos flamencos y, en los últimos tiempos, sumaban forofos a los estadios de fútbol. Amantes del buen comer, el deporte y la naturaleza, eran también habituales entre los peregrinos del Camino de Santiago.
Hasta 2019, el turismo asiático iba viento en popa en España tras años de promoción y apertura de nuevas rutas aéreas como parte de la estrategia nacional de alejarse del modelo de sol, playa y borrachera. En los últimos tres años, la afluencia de viajeros provenientes de Asia oriental aumentó en un 25%. Tan solo el pasado ejercicio desembarcaron en España unos 699.000 turistas chinos, 686.000 japoneses y 629.000 surcoreanos, según datos de FRONTUR del Instituto Nacional de Estadística. Con el auge de visitantes llegaron las críticas contra estos grupos turísticos que colonizaban espacios públicos con sus equipos fotográficos de última generación y a los que se achaca la gentrificación de ciudades como Barcelona o Madrid.
A. ALAMILLOSLa búsqueda de focos de contagio, o clústeres, en Japón ha traído sin embargo algunas sorpresas: ninguno de los rastreados ha apuntado a la red de metro y trenes subterráneos
Ahora que no están, les vamos a echar de menos. A diferencia de los europeos habituales en el circuito playero español, estos turistas tienen mayor valor agregado, con un gasto por persona más elevado (los nipones son los primeros en el ránking con un promedio de 410 euros al día, de acuerdo a Turespaña). Pero además, destacan por su ejemplar y respetuoso comportamiento turístico. Un estudio de mercado británico de 2019 situaba a los japoneses como los mejores turistas del mundo en 26 países, entre ellos España. ¿Adónde van a ir los nipones ahora?
Todo apunta a que se quedarán en su propio archipiélago. “A los japoneses les llevará más tiempo que a otros empezar a viajar porque son más conservadores. El turista japonés será más exigente a la hora de escoger destino, alojamiento, línea aérea y la forma de reservar”, explica Bobby A. Haque, director de la división de estrategia global de HIS, la mayor agencia turística de Japón con 18.000 empleados, 523 oficinas en 70 países y 250 en Japón, a El Confidencial.
No solo se lo pensarán dos veces para viajar al extranjero, sino que también se moverán menos en su propio país. “El turismo local sobrevivirá, pero se reducirá dramáticamente y necesitaremos invertir para adaptarnos al turismo de la nueva normalidad. Ninguna empresa turística lo tendrá fácil, pasado septiembre y acabados los subsidios del gobierno japonés, puede haber muchos despidos”, apunta Haque. La propia HIS ya anunciaba a finales de junio el cierre de un tercio de sus locales nacionales en un intento por reducir gastos.
Turistas japonesas en Turín, Italia. (EFE)
El ejecutivo turístico afirma que hay que empezar a adaptarse ya al desafío y que, cuando pase la pandemia, los hábitos del turista japonés habrán cambiado, serán muy cuidadosos en lo que respecta a seguridad y salud: “No querrán viajar en grupo y preferirán reservar online en lugar de acudir a agencias, pero necesitarán mayor información antes de volar y quizá no sea suficiente con los motores de búsqueda y reserva actuales. Hay que diversificar el modelo de negocio”.
¿Debe España olvidarse de los turistas japoneses? “Definitivamente no. Los turistas japoneses volverán a España, empezarán poco a poco y gradualmente con viajes de particulares. Los viajes en grupo sí tardarán mucho más en volver”, asegura.
Con el estadio olímpico vacío y por estrenar, este verano los japoneses son animados por las autoridades a hacer viajes nacionales cortos. Además, si se acogen a la campaña turística que ha lanzado el Gobierno de Abe Shinzo, tienen el 35% del gasto en alojamiento y transporte cubierto. Esta campaña estival, que cuenta con el elevado presupuesto de 1,35 billones de yenes (10.900 millones de euros) es quizá el último intento del Ejecutivo por rescatar un sector que había descubierto la gallina de los huevos de oro del turismo internacional.
Japón fue en su día gran emisor de turistas, mucho más que destino de masas. Pero en la última década, y a pesar de la fuerte caída del turismo tras el accidente nuclear de Fukushima en 2011, la tendencia se iba revirtiendo gracias al turismo chino (9,6 millones de visitantes en 2019) y al impulso de los Juegos Olímpicos. El Gobierno de Abe situaba el turismo como pilar de crecimiento económico, con una previsión de 60 millones de turistas extranjeros en 2030. Lo estaban logrando, puesto que en 2019 fueron más de 30 millones de turistas los que llegaron al archipiélago y se esperaba un nuevo récord de 40 millones durante el verano olímpico, el más esperado de una década.
Paseantes en el turístico distrito de Asakusa, en Tokio, ahora vacío. (EFE)
En su lugar, el archipiélago ha cerrado sus fronteras y el país parece haber regresado al ‘sakoku’ del siglo XVI, una época de aislamiento impuesta por el ‘shogunato’ Tokugawa para evitar la amenaza exterior. El enemigo es ahora un virus y Japón ha vetado la entrada a nacionales de la mayoría de países y recomendado a sus ciudadanos que no salgan de viaje fuera de las fronteras. Toca un verano de abstenciones a la japonesa.
Las vacaciones arrancan justo cuando ya se habla de una nueva ola de contagios en Japón, con Tokio como epicentro. Presionado por la ciudadanía y diversos gobernadores regionales, el gobierno de Shinzo Abe ha excluido a última hora a la capital como destino y a los tokiotas de la campaña turística lanzada para promover el turismo local.
Ante este panorama, muchos japoneses ya han dado por perdido el verano. Adiós a los mercados tradicionales nocturnos en los templos, donde cuelgan farolillos de colores y los jóvenes pasean vestidos de coloridos ‘yukata’ (túnica similar al kimono, pero más ligera) mientras comen platos típicos. Adiós a la tradicional celebración del ‘hanabi’, el mayor espectáculo de fuegos artificiales a orillas de los ríos en Tokio. Tampoco se salvan las playas, con más de un centenar clausuradas pese a las altas temperaturas.
A. ALAMILLOSA diferencia de sus vecinos Hong Kong, Taiwán o Corea del Sur, Japón no aparece en la lista dorada de países ‘modelo’ que han conseguido dominar la pandemia
Ni siquiera pueden ir a su lugar más sagrado. Por primera vez, está prohibido escalar el monte Fuji, volcán y símbolo del país donde cada año, y de mayo a septiembre, una media diaria de 4.000 personas asciende cumpliendo un ritual ineludible para contemplar el mejor amanecer del país. Este año, sin embargo, la cumbre del Fuji permanece desierta cada día mientras los ciudadanos japoneses se quedan en casa.
«No me voy a coger vacaciones de verano porque no se puede ir a ningún lado», asegura Naoko Hattori, profesional de un bufete de abogados de la capital, que este año se abstendrá de hacer su acostumbrada visita a su familia en Kioto. «No veo a mi abuela desde febrero, pero si viajo la pongo en riesgo y además la gente local no me verá con buenos ojos porque vengo de Tokio».