ALEJANDRO HERRERA
Santo Domingo, RD
Parece un ayer cercano, aquella mañana de comienzo de marzo del año 2011, cuando, imbuido de las buenas intenciones que han normado mi transitar por la vida, llegamos al edificio ubicado en la esquina formada por las avenidas México y 30 de marzo, para ser posesionado como Director General del Instituto Dominicano de Aviación Civil –IDAC-, en una breve y sencilla ceremonia. Recuerdo cuando expresé de forma solemne que mi mayor compromiso al asumir la nueva responsabilidad no era otro que hacerlo bien.
Aunque parezca simple, en la realidad de los hechos, hacer las cosas bien, tiene grandes implicaciones no siempre fáciles. El reto a emprender era inmenso. Comenzando por ser la primera experiencia como máximo directivo de una entidad gubernamental. Segundo: mis más recientes antecesores en la posición habían sido Norge Botello y José Tomás Pérez, dos prestantes dirigentes peledeístas que habían ostentado, cada uno en su momento, precandidaturas presidenciales en nuestro partido. Y tercero, estaba la naturaleza, complejidad y delicadeza de la entidad aeronáutica a dirigir.
Ya con el control del timón de mando de la nave del IDAC, iniciamos un fructífero y entusiasta viaje por trayectos que de inmediato nos ubicaron en el justo contexto de la aleccionadora historia de nuestro sistema aeronáutico, que solo pocos años atrás, en el 2007, había superado su estigmatizada condición de inseguro bajo los parámetros de la Federal Aviation Administration (FAA) de los Estados Unidos que durante 14 años lo había mantenido degradado entre las categorías 3 y 2, con la negativa consecuencia de que las aeronaves de matrícula dominicana (HI) estaban impedidas de volar hacia territorio estadounidense.