El alcalde de Brujas, Dirk De fauw, se dio cuenta de que algo iba terriblemente mal con el turismo europeo una mañana de marzo, cuando cruzó la plaza de Burg ante el ayuntamiento gótico y sólo había silencio.
“Siempre hay gente. Siempre”, explicó De fauw. Pero, ¿esa mañana? “Nada. No hay nadie en esa gran plaza” en el corazón de una de las ciudades más pintorescas de Europa. Seis meses más tarde, mientra la temporada estival de turismo más floja de la historia de Europa se acercaba a su fin, el COVID-19 seguía sin dejar respirar al continente.
En todo caso, la situación podría empeorar en los próximos meses, mientras se acumulan decenas de miles de millones de euros en pérdidas en los 27 miembros de la Unión Europea y crece la presión sobre las apreciadas ayudas gubernamentales y los sistemas de seguridad social del continente. Por ahora, según la Comisión Europea, “la pérdida de ingresos en la primera mitad de 2020 para hoteles, restaurantes, touroperadores, operadoras de trenes de larga distancia y aerolíneas son de aproximadamente el 85-90%”.
Ningún país se ha librado, en una zona que va desde las playas griegas a las trattorias en Roma y los museos en París. E incluso ahora, según indicó la Comisión Europea a The Associated Press, “las reservas de septiembre y octubre siguen siendo inusualmente bajas”, con un sombrío 10% de ocupación en Brujas. Los datos han golpeado las esperanzas de que un breve impulso en julio fuera el inicio de algo más permanente. Pero con el verano llegaron rebrotes de COVID-19, nuevas restricciones y escalas de alerta regionales que anunciaban un desastre para el turismo local cuando alcanzaban los niveles más altos. A la industria turística Europea le quedó poco más que la esperanza.
El panorama era evidente en un día de finales de verano en Brujas, donde normalmente habría una multitud de turistas asiáticos y estadounidenses mezclándose con los europeos en las calles de adoquines, que reciben unos 8 millones de visitantes al año en una ciudad con 110.000 habitantes. “Los cisnes lo tienen para ellos solos”, murmuró Michiel Michielsens, frenando su bote junto a un grupo de cisnes que obstruían con elegancia un paso en los canales.
En un día normal -no como ese, en el que tuvo 114 clientes en lugar de 1.200- serían los turistas, y no las aves, los que mandarían en las aguas. Ahora se veía un bote con una pareja, cuando normalmente cabrían 40 personas en la embarcación. Para los turistas dispuestos llevar mascarilla durante horas hay algunas ventajas. En Brujas ocurre en los famosos museos de la ciudad, dominados por artistas medievales flamencos. En lugar de atisbar entre turistas armados con celulares, ahora cualquier visitante puede disfrutar a solas de una de las obras más famosas de Jan Van Eyck, que muestra a la Virgen con el Niño Jesús, san Jorge, san Donaciano y el canónigo Van der Paele.
Pero todo esto es agridulce para el personal del museo. En toda Europa, casi todos tuvieron que cerrar durante meses este año, y ahora afrontan oscuras previsiones. La asistencia ha caído a un cuarto de la registrada en 2019 en los museos de Brujas. Pero durante el mes de julio llegó al 50%. “De modo que está cayendo de forma gradual. Cada mes vemos caer los números”, dijo Jonathan Nowakowski, director de negocio de Museos de Brujas.
”Puedo decirle que esperamos pérdidas de entre 3,4 y 4 millones de euros este año“, chocando con las previsiones anteriores asociadas a las exposiciones especiales por un año conmemorativo dedicado a Van Eyck. “Pensábamos que tendríamos cifras enormes de visitantes“, dijo. El descenso afecta a hoteles, restaurantes, comercios y a las familias que viven de esos negocios. Para los que son propietarios de sus locales es una situación más llevadera que para los que afrontan los pagos del alquiler. Las reservas de los próximos meses han caído y algunos hoteles simplemente cerrarán, sabiendo que los escasos ingresos no cubrirán los costes.