“Todo va a estar bien”, dice una pizarra en la entrada de la Bodega 138, un restaurante que reabrió para atender a los turistas que después de ocho meses comienzan a volver a Cusco, la antigua capital del imperio inca.
“Que todo va a estar bien es la idea que quiere transmitir el local”, explica a la AFP Eder Alva Chávez, el dueño de esta pizzería de la calle Herrajes, cerca de la plaza de armas de Cusco, donde todas las calles son de adoquines.
Casi todas las edificaciones del centro de esta ciudad andina peruana tienen bases de piedra del periodo inca (siglos XV y XVI) y muros superiores de adobe de la época virreinal española (del XVI a inicios del XIX).
Con el 70% de su población dedicada al negocio del turismo, Cusco sufrió un duro golpe en marzo con la irrupción de la pandemia del coronavirus, que condujo a un confinamiento nacional obligatorio de más de 100 días.
La cuarentena paralizó casi todas las actividades económicas de una ciudad que era muy próspera, aunque sus días de mayor esplendor habían terminado hace cinco siglos, cuando fue sometida por los conquistadores españoles.
Las riquezas de la capital imperial deslumbraron a los españoles a su llegada en 1533. La codicia desató una guerra entre los conquistadores Francisco Pizarro y Diego de Almagro, y ambos morirían a manos del bando contrario un tiempo después.
Con medio millón de habitantes e invaluables tesoros arqueológicos prehispánicos y monumentales templos católicos coloniales, esta ciudad situada a 3.400 metros sobre el nivel del mar es paso obligado para visitar la ciudadela inca de Machu Picchu, la joya peruana del turismo.
Por ello, la reapertura de la famosa ciudadela de piedra el pasado domingo ha devuelto las esperanzas de tiempos mejores para los cusqueños, aunque la mayoría de los hoteles, restaurantes y comercios siguen cerrados.
La reapertura es parte del esfuerzo por reactivar el turismo, uno de los pilares de la economía de Perú, luego de dejar atrás la fase más aguda de la epidemia en agosto.
“Durante estos meses gran parte de los ciudadanos cusqueños estábamos en nuestras casas, y muchos de ellos prácticamente trabajando en otros rubros”, dice a la AFP Carlos Hispituca, dueño de una tienda de artesanía.
Ha sido “bastante complicado para todos los que estamos trabajando en el área de turismo, básicamente la ciudad vive de eso, y ha sido un golpe muy fuerte, muchos locales siguen cerrados, mucha gente perdió el trabajo”, destaca Alva Chávez.
Marcosi, una madre de 10 hijos que camina por las angostas calles de la antigua ciudad imperial ofreciendo artesanía, dice que la falta de turistas provocó muchas penurias.
“Nunca se había visto esto”, dice esta humilde mujer de baja estatura, con vestido y sombrero tradicionales quechuas y una colorida manta de lana sobre la espalda.
Lo vivido desde marzo ha sido “superterrible porque no había turistas”, dice María Santos, quien vende artesanía en un local frente a la célebre Piedra de los doce ángulos, en la calle peatonal Hatun Rumiyoq.
Esta piedra que pesa seis toneladas, en cuyos bordes es imposible meter una aguja porque sus contornos calzan milimétricamente con las rocas que la rodean, es parte del muro del Palacio Arzobispal, erigido sobre la residencia de un soberano indígena.
Algunos de los hoteles más emblemáticos de Cusco ocupan antiguos conventos que, a su vez, fueron levantados sobre edificaciones reales incas. Es el caso del Palacio Nazarenas (de 55 habitaciones), que ya reabrió, y del Monasterio (de 122), que sigue cerrado.
“Siempre hemos salido bien de las crisis”, indica Wilfredo Quispe, quien se gana la vida transportando turistas en un vehículo todoterreno desde Cusco hacia el Valle Sagrado de los Incas, donde se encuentra Machu Picchu.
Cuenta que a muchas familias cusqueñas les ayudó a paliar la crisis económica la ancestral costumbre de “almacenar granos”, como maíz y habas.
“Los granos nos han salvado, porque tenemos la costumbre de tener la reserva para cualquier circunstancia. La papa también la almacenamos, puede mantenerse 8 ó 10 meses”, explica Quispe a la AFP.
La reapertura de Machu Picchu también devolvió la vida al exclusivo hotel Belmond Sanctuary Lodge, el único situado en la misma montaña de la ciudadela inca.
Antes de la pandemia este hotel pasaba repleto de turistas, pero desde marzo hasta el domingo pasado sus únicos moradores eran una decena de empleados.
“Creo que esta pandemia nos ha enseñado a todos la convivencia”, dice a la AFP su gerente, Michael Leitao, relatando que durante los meses de cuarentena él cocinaba los fines de semana, con ayuda de otros empleados, para darle descanso al chef.