Dejando a un lado el “parche” del verano pasado, con un turismo muy constreñido por la ausencia de vacunas contra la COVID-19 y las consiguientes incertidumbres sanitarias y político/administrativas, el genuino reinicio lo estamos empezando a vivir en estos días.
Es una muy buena noticia, porque deseamos pasar página y dejar atrás este tiempo sombrío de pandemia. Pero el análisis ha de ser más fino, con sus matices. Así, ciertos signos de este relanzamiento pueden ser interpretados de forma positiva o negativa, según se miren.
Por un lado, aunque con diferentes velocidades dependiendo de segmentos y áreas geográficas, la regeneración progresiva de la confianza en los viajes, la retirada paulatina de las restricciones a la movilidad, la liberación de la demanda y del ahorro embalsados durante todo este tiempo de hibernación darán lugar a corto plazo al llamado “efecto champán”, con un desbordamiento temporal que nos acercarán pronto (si no pecamos de exceso de confianza e imprudencia sanitaria) a las cifras pre-pandemia, sobre todo a nivel de turismo doméstico.
Por otro, nos encontramos con signos que hacen cuestionar la capacidad de aprendizaje y de cambio de una actividad que parece guiar su capacidad de resiliencia hacia un escenario básicamente estático, es decir, de vuelta al “business as usual”. Lo sucedido hace unos días en Venecia, con la estampa del regreso de cruceros gigantes pasando junto a la icónica Plaza de San Marcos, nos retrotrae 17 meses en el tiempo y nos re-sitúa en la misma controversia de entonces, en la que se mezclan la decepción de unos (que protestan por el impacto ambiental) con la satisfacción de otros (que necesitan de este impulso económico).
Esta estampa es un símbolo del retorno a la “vieja” normalidad, aunque muchos nos preguntamos si es esa la normalidad a la que deberíamos aspirar; en otras palabras, si la capacidad de resiliencia no debería ser más dinámica y volcarse hacia la búsqueda de alternativas más eco-sostenibles y de nuevas oportunidades para la recuperación y transformación de una actividad de la que no podemos prescindir.
¿Ha sido la pandemia un simple paréntesis, que ahora empieza a cerrarse, para volver a donde estábamos antes? Seguramente a corto plazo es inevitable. Volveremos a lidiar con los problemas (localizados en el tiempo y en el espacio) derivados de la masificación y el sobre-turismo, a discurrir sobre los límites del crecimiento…o sea, a replantearnos aquellos problemas en los que estábamos instalados cuando sobrevino el desastre del SARS-CoV-2. Un “déjà vue”.
El cambio no suele ocurrir espontáneamente, es necesario provocarlo, y ahí es donde entra en juego el entorno institucional del turismo: administraciones públicas, asociaciones empresariales/profesionales, líderes del sector…De ahí que esa inevitabilidad ya no resulte tan clara a medio/largo plazo, por los planes que se conocen.
Aunque la gran máquina del crecimiento turístico se está reactivando, apostaría porque algunos aspectos del legado de esta pandemia (en la que, no lo olvidemos, aún estamos) podrían (incluso deberían) quedar con nosotros. Por ejemplo, una mayor preocupación por la higiene y la seguridad sanitaria (por la bioseguridad en el turismo); una mayor atención al medio rural, ese que ha servido de refugio a tantos urbanitas y que nos ha dado de comer durante los periodos de confinamiento (la pandemia ha creado más eco-turistas); un mayor aprecio al patrimonio natural (un turismo más responsable, en general, con el medio ambiente); un renovado aprecio por el conocimiento científico, con las nuevas tecnologías como gran aliado para entender mejor, y atajar, los problemas de empresas y destinos turísticos (la ciencia, no lo olvidemos, es la que nos está sacando de la crisis sanitaria y de la crisis económica, directamenteen en el caso de la primera e indirectamente en el de la segunda); etc. Más difícil, aunque también aconsejable, será adoptar hábitos comunes en otras culturas, como llevar mascarilla y mantener cierta distancia cuando padecemos un proceso gripal o similar (para evitar contagiar a otros) o no abandonar el lavado frecuente de manos.
Pero al mismo tiempo, el hecho (positivo) de que la causa de la eco-sostenibilidad haya ganado adeptos no debe derivar en el recrudecimiento de planteamientos como el del movimiento “flight shame”, o “vergüenza de volar”: no se trata de volver a la prehistoria de los viajes, dejando de viajar en avión largas distancias (en cortos radios puede haber alternativas) y restringiendo el turismo de este modo, sino de trabajar para que las aeronaves sean mucho más eficientes y minimicen su huella de carbono, en cada viaje y en el total de viajes (una cosa es sensibilizar sobre las externalidades negativas que generan los viajes, y otra crear una mala conciencia entre quienes desean/necesitan viajar). De la misma manera, volviendo al caso antes citado, no se trata de eliminar el turismo de cruceros, sino de hacer que estas naves (particularmente las de gran tamaño) sean menos contaminantes y atraquen en lugares (y momentos) que no causen el impacto de la foto con la que se cierra este post. La balanza entre impactos económicos, sociales y ambientales ha de equilibrarse, manteniendo la esencia del turismo como fenómeno que nos abre al mundo y hace que nos sintamos parte del mismo.
Esto último, por cierto, tiene que ver con la pandemia, que no terminaremos de resolver con la mirada estrecha de nuestro privilegiado espacio económicamente desarrollado: la enorme disparidad en los ritmos de vacunación entre distintas partes del mundo revela la injusticia de unos desajustes que terminarán por afectarnos a todos, vivamos donde vivamos. Esta visión sistémica falta en casi todos los análisis que conozco.
Como le aconsejó Don Quijote de la Mancha a Sancho Panza, cuando éste fue nombrado gobernador de la Ínsula Barataria: “No seas siempre riguroso, ni siempre blando, y escoge el medio entre estos dos extremos, que en esto está el punto de la discreción”. En suma, un mensaje de moderación y equilibrio, cualidades que adornan a todo buen gobernante, al nivel que sea.
P.D.: Esa resiliencia, de un tipo u otro, pasa por diversificar los mercados de origen. Es llamativa la actitud casi suplicante respecto a las autoridades de ciertos países (uno en particular que está en la mente de todos) para que permitan a sus nacionales viajar a nuestros destinos sin restricciones, para que nos cambien la luz del semáforo, para…Deberíamos aprender esta lección, producto de la excesiva dependencia de un determinado mercado emisor. Hace ya muchos años escuché a un representante del gobierno de un país tercero hablar de la genuflexión que puede llegar a provocar la dependencia del turismo internacional. Entonces me pareció muy exagerado, pero ahora soy capaz de entender a qué se refería.