El combate contra el Covid ha sido errático desde el primer momento. Los ciudadanos lo pudimos ver con profusión de detalles: mientras en un país se tomaban ciertas medidas, en otros se hacía exactamente lo contrario ¡y muchas veces los resultados fueron mejores! En España, las políticas diferían incluso dentro del mismo país.
Las sociedades democráticas soportaron estas incoherencias durante ya más de año y medio, pero creo que esto está tocando a su fin. Hay dos razones para que esto derive en un caos: por un lado, la variante Omicron y sus efectos y, por otro, la incapacidad para tomar decisiones ante la negativa de una parte fundamental de la población para vacunarse.
El caso Omicron ha sido simplemente demencial. La propia Organización Mundial de la Salud acaba de decir que combatir un virus en las fronteras es una tontería, que se combate en el origen, pero que una vez ha entrado en un país, lo que se puede hacer no tiene que ver con el control de fronteras. Las medidas adoptadas estas semanas contra Omicron son igual de improvisadas que las de hace dos años, con la diferencia de que ahora podemos decir que no han aprendido nada.
Ayer mismo, Francia y Estados Unidos cambiaban sus normas; el martes entró en vigor otra modificación en Gran Bretaña; Italia ha acordado la enésima versión de su pasaporte Covid, Japón acaba de cerrar nuevamente sus fronteras a cal y canto, y no hablemos de decenas de países pequeños y medianos en los que ya nadie es capaz de recordar qué está legislado. En algún país europeo, conocido porque su sociedad es muy crédula ante el poder político, pese a que hace ya una semana que es obligatorio el uso de la mascarilla en todos lados, prácticamente nadie la emplea. En ninguno de los tres grandes países del viejo Continente hay controles de Covid fronterizos, mientras que en España lo que hay es de eficacia bastante dudosa.
El segundo elemento que convierte todo esto en demencial es la incapacidad para imponer las vacunas: en sociedades en las que todos estamos controlados con los móviles, donde no tenemos la libertad de que nuestros hijos estudien en casa y no vayan a la escuela, donde no es posible vivir al margen del sistema público de pensiones, ahora los gobiernos nos obligan a todos a someternos a medidas de aislamiento como las actuales porque hay mucha gente aún sin vacunar.
Todo este desastre tiene muchas víctimas: la primera, la libertad de movimientos; pero con ella va también la industria del transporte y del turismo, literalmente machacada por estas irresponsabilidades constantes. ¿Quién puede viajar hoy, cuando no es posible saber qué normas estarán en vigor mañana o por cuánto tiempo? Digámoslo claro: así no se pude hacer ni imaginar la recuperación del negocio, la normalización de la actividad.
Lo único que tenemos claro de la política contra el Covid es que las medidas que se adoptan no sirven para nada, lo cual ciertamente no ayuda a ser un ferviente cumplidor con las normas.