n grupo de mujeres, en la playa de Orango Grande.RAÚL LÓUn buen puñado de las niñas de la aldea de Eticoga se llaman Mariana. Por ella. Por la antropóloga rumana que conoció a un guineano en Lisboa, se casó con él y se vino a su tierra, el remoto archipiélago de las Islas Bijagós, un paraíso salvaje (en el sentido más bello y literal de la palabra: lo irá comprobando si sigue leyendo) perteneciente a la antigua colonia portuguesa de Guinea Bissau y situado a tres horas y media en barca del África continental.
Lo forman 88 islas bañadas por el Atlántico, de las que solo 18 están habitadas por una sociedad de 33.000 almas de creencias animistas y matriarcales, dividida en clanes y que rinde culto a los ancianos y a sus propias divinidades. Declaradas Reserva de la Biosfera por la Unesco, las Bijagós están cuajadas de bosques tropicales, manglares, lagunas, sabanas, hipópotamos, tortugas, manatíes y playas kilométricas de aguas cristalinas que ni en el Caribe se otean. En la de Orango Grande, donde se ubica Eticoga, viven Mariana y su
La elección de su nombre para llamar a las pequeñas es una señal de agradecimiento hacia su persona. Por ayudar a asistir el parto, en una noche de perros, de una embarazada de ocho meses que venía dando tumbos a lomos de una vespa entre caminos pedregosos empapados por la lluvia. Por levantar una enfermería en un cuartucho con dos camas sin colchones iluminado únicamente por la linterna de un móvil pleistocénico. Por enseñar inglés, portugués, costura o lo que haga falta a los moradores de la aldea. O tabanca, en lengua criolla. Por explicar a sus mujeres (y hombres) qué es eso de la planificación familiar. Por construir siete pozos para tener agua potable. Y por dar trabajo a Belmiro, Clara, Manuela, Armando y tantos otros empleados del Orango Parque Hotel, un proyecto de ecoturismo responsable dentro del Parque Nacional de la isla homónima del que Mariana (se apellida Tandler, por cierto) se ocupa al 200%. «Nuestro objetivo es acercar al viajero la realidad de la cultura local», apunta, por un lado.
Por otro, todos los beneficios económicos van a parar a la comunidad a través de diferentes programas como los citados, a los que se unen otros como la construcción de una escuela infantil para que las mujeres puedan trabajar o de muelles de madera para facilitar el movimiento de la población entre islas. «Lo esencial es conocer sus necesidades reales y darles formación para que no tengan que emigrar», añade Ana Maroto, encargada de los programas de cooperación al desarrollo que lleva a cabo en este país tropical de un tamaño algo inferior al de Extremadura y dos millones de habitantes la fundación española CBD-Hábitat, socia de la Associaçao Guiné Bissau Orango, responsable del día a día del alojamiento.
La propiedad, en cambio, pertenece a la asociación filantrópica suiza Mava, que cedió la gestión. No en vano, Maroto fue la primera en dar el visto bueno a Tandler, pese a no tener un perfil turístico ni mucho menos hotelero. Pero éste no es un hotel al uso. «Es un proyecto social y medioambiental que busca ser 100% sostenible«, resume la bióloga tras bajarse de la barca que la ha traído desde el puerto de Quinhamel, a 30 kilómetros de la capital, Bissau. Para llegar a ella desde España hay que ir primero a Lisboa, desde donde salen vuelos directos de menos de cuatro horas con la aerolínea lusa TAP Air tres veces por semana.
El desembarque se hace en la misma playa del hotel, larguísima y en tono blanco nuclear. Justo enfrente de la hilera de piraguas y hamacas disponibles a cualquier hora. Bastan unos pasos para toparse con los ocho bungalós con capacidad para 28 personas en total repartidos a lo largo de la arena. De ahí que la única banda sonora que se escuche dentro, al caer la noche, sea la del rumor de las olas y, como mucho, algún grillo.
El diseño de las cabañas es africano, aunque ha corrido a cargo de un arquitecto español, Álvaro Planchuelo, que decidió replicar la estructura de las típicas casas circulares de muros de adobe y techos de paja de la zona. Aun así, en el interior se cuelan detalles portugueses como los azulejos blancos y azules de los baños, «traídos nada menos que de Lisboa», señala Tandler. Todos los elementos decorativos están hechos a mano. Desde las lámparas hasta las esculturas, las vasijas o los tapices de pano di pinti,tejido auctóctono con carácter protector que se confecciona en telares artesanales. Las llamativas pinturas de las paredes son obra del artista local Ismael Djata, que tiene su galería en el mercado artesanal de Bissau. Otro dato:si se ven desde arriba, los bungalós simulan la cabeza de un hipopótamo, animal sagrado para los bijagós.
Desde las lámparas hasta las esculturas, las vasijas o los tapices de pano di pinti,tejido auctóctono con carácter protector que se confecciona en telares artesanales. Las llamativas pinturas de las paredes son obra del artista local Ismael Djata, que tiene su galería en el mercado artesanal de Bissau. Otro dato:si se ven desde arriba, los bungalós simulan la cabeza de un hipopótamo, animal sagrado para los bijagós.
Es más, la visita a la laguna de Ancanacube en la que habitan en Orango Grande es una de las principales experiencias que ofrece el hotel, divididas en circuitos temáticos: de naturaleza, ornitológicos, fotográficos,antropológicos y astronómicos. De cada uno se encarga un experto. «En los últimos tiempos hemos conocido a profesionales de distintos ámbitos que nos han visitado varias veces, convirtiéndose en auténticos conocedores de las Bijagós. Por eso les pedimos que diseñen sus propios circuitos, incluyendo las visitas y actividades más excepcionales», comenta Maroto.
Así, mientras que el antropológico se centra en recorrer lugares como la antigua capital del país hasta 1945, Bolama, convertida en una curiosa ciudad fantasma con antiguos edificios oficiales en ruinas asomando en cada esquina; el de astronomía descubre uno de los lugares con menos contaminación lumínica del planeta.
El biológo granadino Raúl León es el responsable, por su parte, de los programas de naturaleza y ornitología. Por eso, acompaña a los grupos en su marcha de una hora entre manglares y sabana para conocer a los hipópotamos de agua salada (únicos en su especie y en peligro de extinción) en su hábitat natural. Cámara en mano, durante la marcha se pueden ver monos colobos, ranas trepadoras, gacelas, pinzones de fuego, zarapitos reales, pelícanos, garzas imperiales… «Es un paraíso ornitológico con 600 tipos de aves«, cuenta León. Ojo, que también pueden aparecer serpientes y cocodrilos. Dicho queda.
Incluso hay animales «no inventariados en ninguna guía del planeta», explica el investigador. De hecho, uno de sus trabajos en el archipiélago está siendo el de registrarlos. Algunos de sus hallazgos incluso forman parte de los vídeos que está grabando la productora española En Transición Social Films para el Orango Parque Hotel y CBD-Hábitat. Al llegar a la laguna de Ancanacube comienzan a asomar lentamente las cabezas de una manada de hipopótamos en el agua. Se los puede ver desde un observatorio de madera («no olvidemos que es el animal más peligroso de África», aclara León) mientras retozan junto a sus crías. No hay un censo exacto de su número en la isla de Orango Grande, pero pueden rondar los 150, una cifra elevada teniendo en cuenta que su manjar favorito es el arroz, uno de los principales sustentos de los bijagós junto a la pesca y los cultivos de mangos, papayas y anacardos.
«Es un animal herbívoro que ingiere unos 60 kilos de plantas al día, por lo que supone un problema para la comunidad», comenta Maroto. Para solventarlo, crearon pastores eléctricos. O lo que es lo mismo: «Un dispositivo que funciona con una pequeña batería solar conectada a un alambre electrificado de bajo voltaje, lo que ahuyenta a los hipopótamos de los campos de arroz, pudiendo comer otras hierbas», agrega.
De vuelta al ecolodge, toca conocer su centro neurálgico, el comedor, con sus sillones de bambú, sus mesas de alegres manteles y su barra de bar con techo de paja en la que igual se puede pedir una cerveza (Cristal y Super Bock son las más populares) que un zumo de hivisco (planta tropical con flores de escarlatas) o una caipiriña a la guineana con mucho ron de la tierra y caña de azúcar. Es la especialidad del simpático Belmiro Lopes, camarero a la vez que guía.
Al lado está el museo etnográfico que repasa la historia de los bijagós, con paneles explicativos y utensilios de todo tipo: máscaras zoomorfas, cestas para portar a los bebés en la espalda, cuerdas para escalar palmeras, redes de pesca de bambú… Es más, los clientes pueden practicar pesca deportiva o salir a mariscar con las mujeres y conseguir ostras de manglar (a la brasa, como las sirven en la cena, no pueden estar más sabrosas) o combes, los berberechos locales. También se pueden probar en el comedor junto a otros platos como ceviche, sopa de garbanzos, caldo de mancarra (maní) o albóndigas de rape.
Alzado al aire libre (aunque techado y sostenido por vigas de madera) sobre el resto del complejo eco, a este salón se llega a través de una camino de conchas dibujado en la tierra entre un edén de baobabs, palmeras y árboles de mango. En él se desayuna, almuerza y cena (las tres comidas están incluidas), se programan las actividades del día siguiente o se asiste a una clase improvisada de cultura bijagó. Lección número uno: sus primeras referencias se remontan a 1456, cuando los colonos europeos describieron a los isleños como un pueblo de navegantes bravo y guerrero que le daba al tráfico de esclavos y a la piratería.
Mucho ha llovido desde entonces, aunque también muchas cosas siguen igual. Como el uso del trueque, la realización de nudos en una palmera como medio de comunicación secreto («solo la persona a la que se dirige sabe su significado», señala Lopes) o la necesidad de celebrar un ritual de iniciación llamado fanedo para lograr el respeto social. De hecho, una vez realizado, hasta se cambia el nombre a la persona, que logra un nuevo estatus. ¿En qué consiste? «En pasar seis meses aislado en un bosque sagrado sobreviviendo solo», relata el guía.
Lopes vive en Eticoga, la tabanca más cercana al hotel, a media hora a pie entre bosques y manglares. A veces va a trabajar en motocarro, el único vehículo que se estila por aquí salvo alguna bici o vespa. Se los ve pulular entre calles sin asfaltar, cerdos, gallinas, cabras y las características construcciones de adobe que igual ocultan casas que la escuela, una tienda de ultramarinos o una baloba, el templo sagrado liderado por sacerdotisas. Sí, en femenino. Ya decíamos que ésta es una sociedad matriarcal. Al menos, lo fue en el pasado. La llegada de los colonos y la posterior globalización hicieron que perdiera fuerza, pero las mujeres aún son las que deciden con quién se casan (la señal que envían al futuro esposo es un plato de ojo de pez colocado en la puerta de su casa) y las que ponen fin a una relación.
También tienen independencia económica y son las responsables de las ceremonias públicas. De ahí la importancia de las baloveras, que conectan al pueblo con el mundo espiritual. Para ello, tienen que recibir una «señal mística» que solo ellas conocen, como confiesa Nené, una de las «elegidas», de tez negra, mirada fija y falda multicolor, a la entrada de su santuario. «Cuando recibes la llamada, debes dejar todo», continúa narrando en criollo mientras Tandler traduce. Ese «todo» implica marido e hijos, ya que tiene que trasladarse a vivir al templo junto a otras compañeras. Así rememoran la figura de la máxima autoridad bijagó, la reina (que no rey), Okinka Pampa, quien negoció la paz con los portugueses durante la época de la colonia. En el pueblo está su mausoleo, que puede visitarse.
El recorrido por el archipiélago no está completo sin conocer la isla de Poilao, uno de los cinco lugares del mundo -y el más importante de África- en el que anidan las codiciadas tortugas verdes marinas. Una estampa única para despedir un universo único, el bijagó, el último paraíso africano.
CÓMO LLEGAR
La aerolínea portuguesa TAP Air (www.flytap.com) vuela de España a la capital del país, Bissau, con escala previa en Lisboa tres veces por semana desde 400 euros. El trayecto desde la ciudad lusa dura menos de cuatro horas. Una vez en Bissau, hay que llegar al puerto de Quinhamel, a 30 kilómetros, para allí tomar una barca hasta Orango Grande en un recorrido de tres horas y media.
DÓNDE DORMIR
El Orango Parque Hotel ofrece paquetes de 8 días/7 noches (adaptables) con alojamiento (tanto en Orango Grande como al llegar o finalizar el viaje en la capital), pensión completa, transporte desde Bissau, visitas según el itinerario y guía. Desde 1.200 euros. Especial Semana Santa: ocho días/siete noches, desde 1.290 euros (salida: 9 de abril).
MÁS INFORMACIÓN
En la web de www.orangohotel.com
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