La reciente coronación de Japón en la lista de mejores destinos turísticos del Foro Económico Mundial por su increíble legado cultural y sus impresionantes infraestructuras ha dejado anonadados a sus competidores. No solo por haber mantenido el país cerrado a los turistas durante casi dos años y medio —incluso durante la celebración de los Juegos Olímpicos—, sino por el trato que se dispensa a los visitantes desde el pasado viernes. Grupos reducidos de viajeros vigilados las 24 horas por un guía aprobado por el Gobierno, con test de antígenos y temperatura diarios y sin ninguna libertad para salir de la habitación del hotel. Casi peor que en Corea del Norte.
Durante su visita a Londres del pasado mes de mayo, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, anunció al mundo en un tono triunfante y envalentonado que su país iba a relajar sus requerimientos de entrada y empezaría a permitir la llegada de turistas a Japón a partir del mes de junio, para situarse al mismo nivel que el resto de miembros del G-7. «Por favor, vengan a Japón», dijo a una periodista que le preguntó sobre el tema y le comentó cómo ella y su familia añoraban viajar al país del sol naciente: «Les daremos la mejor bienvenida con el más cálido ‘omotenashi‘ [hospitalidad]». A pesar de estas afables palabras del ‘premier’, la realidad es más cruda que el sushi.
Los turistas que ya han entrado y a los que se les permita entrar en próximas fechas viven una experiencia casi única y no precisamente cálida: la entrada está limitada a pequeños grupos de viajeros que hayan comprado previamente el llamado ‘monitor tour’ a empresas que tengan el visto bueno de la Administración nipona. Los turistas deben solicitar visas de ‘excepción especial’ semanas antes de la salida, ya que los visados de turista (y las exenciones de visa de turista) siguen suspendidos, lo que significa que, legalmente hablando, los turistas aún tienen prohibido ingresar en Japón.
El ‘monitor tour’ en Japón implica, entre otras cosas, viajar con un guía certificado por el Gobierno que deberá vigilar al grupo las 24 horas y siete días de la semana, obligación de realizar test de antígenos y tomas de temperatura diarias, la exigencia de seguir itinerarios prefijados por las autoridades —sin posibilidad de modificación—, así como la prohibición de visitar Tokio, Kioto, Hiroshima u otros destinos turísticos populares. Los visitantes no pueden explorar libre e independientemente el país e incluso no tienen la libertad de salir de la habitación solos y sin el permiso del guía especial.
Además, los turistas que visiten Japón bajo este esquema deberán aceptar ser expulsados si no cumplen estrictamente las reglas que les exigen usar mascarillas —incluso al aire libre y en vehículos privados— o si no se desinfectan bien las manos. Adicionalmente, según las pautas establecidas por el Gobierno antes de la reapertura gradual y cautelosa de la frontera de Japón, los afortunados visitantes tienen que hacerse un test covid al menos 72 horas antes de la llegada al país y adquirir un seguro médico privado.
Las compañías de viajes que organizan estos ‘monitor tour’ deben explicar las reglas y extender visados especiales solo para aquellos clientes que hayan aceptado cumplir estas draconianas condiciones. Esto incluye una advertencia de que se podría pedir a los turistas que abandonen Japón si desobedecen alguna de estas restrictivas reglas. Las pautas, anunciadas por la agencia de turismo del Gobierno, son parte de la estrategia del Ejecutivo liderado por Kishida para permitir la entrada al turismo después del cierre de las fronteras a principios de 2020.
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Si seguimos repasando las pautas propuestas por el Gobierno japonés y que fueron probadas el mes pasado con un número limitado de grupos de turistas, se pedirá a los visitantes que se sienten en los asientos especialmente designados para ellos en los restaurantes, lejos de los residentes en Japón. Adicionalmente, los agentes de viajes especialmente designados han de planificar recorridos que eviten las aglomeraciones, llevar registros de los movimientos y acompañar a las personas que den positivo por covid-19 y a los contactos cercanos a unas instalaciones para iniciar el aislamiento de estos.
Japón permite ahora la entrada de ciudadanos y residentes de países y regiones donde los niveles de infección son bajos. El semáforo japonés tiene tres categorías, rojo, amarillo y azul, según el riesgo que evalúe el Ministerio de Relaciones Exteriores. Los viajeros que lleguen de los 98 países o regiones que ahora conforman la lista azul —como es el caso de España— podrán eludir la cuarentena siempre que hayan realizado una prueba de covid-19 previa a la salida y esta sea negativa. Aquellos en la lista amarilla también requerirán prueba de vacunación para saltarse la cuarentena.
No está claro cuánto tiempo permanecerá vigente este esquema de ‘monitor tour’ y es poco probable que los recorridos con guías sean aceptados por los turistas. Aunque el límite de entradas de extranjeros se duplicará a 20.000 personas por día, aún es incierta la fecha de una apertura real de fronteras, apesar de las presiones de la cada vez más poderosa industria turísticajaponesa para que Kishida permita la entrada de turistas individuales.
Aunque los extranjeros no residentes están sujetos a unas reglas de entrada y estancia más acordes con Corea del Norte que las de un país occidental, los turistas japoneses que viajen al extranjero y regresen de la mayoría de los países pueden volver a Japón desde el 1 de junio sin test de covid, cuarentena, seguimiento o rastreo después de su llegada.
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Los medios de comunicación japoneses han publicado de forma acrítica las medidas aprobadas por el Gobierno de Kishida, sin reconocer que se trata de medidas discriminatorias, e incluso la cadena pública NHK aseguró sin base alguna que los paquetes turísticos ‘monitor tour’ iban a prevenir la propagación del virus. Más lejos llegó el diario japonés en lengua inglesa ‘The Japan Times’ —que se publica junto al ‘New York Times’—, que incluso afirmó que «debe haber vigilancia de los visitantes extranjeros» y aseguró sin ironía que dicha vigilancia debe ser «tanto efectiva como no intrusiva».
Japón quiere proyectar internacionalmente la ilusión de estar abierto al mundomientras permanece funcionalmente cerrado. Kishida es muy inteligente y se ha mostrado particularmente interesado en mostrar una postura estricta sobre el covid-19 antes de las elecciones a la Cámara Alta de la Dieta japonesa, que se celebrarán este mes de julio. Así pues, al menos hasta que el partido gobernante obtenga una clara victoria en las importantes elecciones parlamentarias de este verano, Japón permanecerá en un estatus turístico especial similar a Corea del Norte, a la espera de que abran de forma definitiva (o no) las fronteras del país.