Santo Domingo, la capital de República Dominicana, no es mera puerta de entrada al país caribeño. Es su quintaesencia y un motivo de peso para abandonar la tumbona del hotel. Pionera en América (es la primera ciudad, tiene el primer fortín, la primera catedral, primera universidad, primer hospital…), el colorido y la vitalidad de la ciudad son un flechazo que atrapan a quien se aventura en su exploración. Estos son ocho motivos por los que merece la pena hacerlo.
La plaza de España o de la Hispanidad es, para entendernos, la plaza Mayor. El ombligo histórico de Santo Domingo pero también turístico. Terrazas y restaurantes tentadores —servidos con derroche de simpatía— escoltan al edificio más icónico, el Alcázar de Colón (Diego Colón, el hijo). Reconstruido con mimo y amueblado con piezas valiosas que transmiten la atmósfera virreinal y narran el pasado a turistas y a raudales de escolares que parecen inagotables.
La calle de Las Damas fue la primera calle del que se conoció como el Nuevo Mundo. Lleva desde las Casas Reales, junto a plaza de España, hasta el fuerte del antiguo puerto. Parece que los años no pasan por ella: los mismos aires, los mismos nobles edificios, ahora convertidos en hoteles boutique o tiendas exquisitas. Las Casas Reales son un complejo museístico, laberíntico, que puede llevarse la mañana. Poco más allá está el Panteón de la Patria, en la antigua iglesia de los jesuitas, con sus jardines. En la misma acera, la Kahkow Experience ilustra la aventura del cacao e invita a confeccionar creaciones propias.
Al final (o principio) de la calle de las Damas, el fuerte Ozama vigila la confluencia del río del mismo nombre con el mar Caribe. Fue el primer fortín de piedra, construido para defender el antiguo puerto y la ciudad. Esta se cierne desde lo alto de su atalaya como un damero colonial de manual, cuadriculado en torno a la catedral.
La catedral de Santo Domingo es la más antigua, la primera, de América, con resabios isabelinos (tardo-góticos). Pura arquitectura casi vacía, ya ni siquiera están aquí los restos de Cristóbal Colón: los huesos se llevaron a La Habana y después, en 1898, a la catedral de Sevilla. A ello se añade que el cenotafio que aquí había se trasladó en 1992 al brutalista Faro de Colón, al otro lado del río (museo del Descubrimiento). En torno a la catedral, a la sombra de ficus gigantes y nubes de palomas, siempre hay música y animación. A un paso, en la barroca iglesia de Santo Domingo, estuvo la primera Universidad americana; hoy es escenario codiciado de bodas.
Las ruinas ajardinadas de San Nicolás son lo que queda del primer hospital de América. Subiendo desde allí un repecho de casitas de colores, se llega a las de San Francisco. Allí quiso crear el Ayuntamiento un centro cultural, ganó el proyecto el arquitecto español Rafael Moneo, pero a la gente soberana le pareció demasiado atrevido y todo quedó en nada, otra ruina ajardinada.
Imprescindible. El Conde se parece más a un vergel que a una calle. Peatonal, tomada por terrazas y restaurantes obligados para una pausa, como el Café Segafredo o el Jalao (donde sirven platos típicos) y tiendas artesanales cercanas, como La Alpargatería, fundada por emigrantes aragoneses, donde además de comprar espadrilles se puede comer en el jardín.
Edificio imponente, muchos reconocerán el Palacio Nacional, edificio de la sede del Gobierno, porque en él se rodó La fiesta del chivo(2006), película basada en la novela homónima de Mario Vargas Llosa sobre la caída del dictador Leónidas Trujillo. Cerca se encuentran otros dos edificios notables, como el Teatro Nacional Eduardo Brito y, sobre todo, el enorme Palacio de Bellas Artes.
En la tierra de Juan Luis Guerra y la bilirrubina, o la lluvia de café, tierra que venera también a Joaquín Sabina, hay lugares de sobra donde degustar salsa o merengue sabrosones. Citas recomendables en la Zona Colonial: El Sartén (“la catedral” de la música caribeña), Parada 77, Sabina Bar… Las playas de Santo Domingo se extienden a lo largo del malecón (avenida George Washington), que es pasarela de runners (de día) y cruisers (de noche), flanqueado por hoteles, casinos, bailongos y otros locales de mala vida (que es la buena, como todo el mundo sabe).