Quien tenga ganas de nadar por estos días en el mar Caribe o en el Golfo de México, tendrá que abrirse camino a través de una alfombra de algas pardas del género Sargassum. Ni siquiera las barreras frente a las playas o la interceptación en el mar fueron suficientes para hacer frente a la enorme cantidad de algas, que se acumulan en las playas y generan un hedor difícil de soportar.
Si las algas no se secan y desechan de manera adecuada, son un problema, dice Mar Fernández, del Instituto Alfred Wegener, de Bremerhaven, Alemania. «A medida que las algas se pudren, liberan dióxido de carbono y metano, lo que tiene consecuencias para el cambio climático. Además tienen sustancias tóxicas, como el arsénico, que pueden envenenar las aguas subterráneas», explica.
La experta advierte que las algas que quedan flotando en el mar también afectan el ecosistema costero. «Esas alfombras de algas no dejan pasar la luz del sol y limitan la disponibilidad de oxígeno», explica. Esto muchas veces tiene consecuencias nefastas para las especies marinas, manglares y corales.
Las observaciones satelitales muestran que este año hay más sargazo que nunca antes. Según la Universidad del Sur de Florida, alrededor de 13 toneladas de algas se desplazaron desde el Atlántico Central al Mar Caribe a fines de marzo. «Las poblaciones de sargazo aumentan en primavera y verano, cuando las condiciones les son más favorables, por lo que es probable que la población de este año sea mayor que el récord de 2018», dice Brigitta van Tussenbroek, investigadora del Departamento de Sistemas Arrecifales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
El sargazo proviene originalmente del mar de los Sargazos, al este de Florida, donde siempre ha habido este tipo de algas. Debido a los cambios en los vientos y las corrientes en el Atlántico Norte causadas por el cambio climático, las algas se desplazaron hacia el sur en 2011. En la zona tropical, las algas pardas hallaron condiciones favorables: mucha luz solar, altas temperaturas y nutrientes, todo lo cual ayudó a una rápida expansión.
Además, el aumento de las concentraciones de CO2 en la atmósfera beneficia el crecimiento de las algas. Florian Weinberger, responsable de ecología marina en el Helmholtz Center for Ocean Research, en Kiel, Alemania, dice que «el ingreso de nutrientes en los océanos está aumentando a nivel general. Hasta ahora el mar ha logrado diluirlos, evitado así que sean un problema mayor, pero llegará un punto en que la capacidad de dilución del mar se supere”.
«Tenemos que dejar de lanzar tanto CO2 a la atmósfera, es decir, detener el calentamiento global», dice Mar Fernández. Pero incluso si eso ocurriera, los efectos sobre el aumento de las algas aparecerían muy lentamente. Sin embargo, a diferencia de lo que podría creerse, tanto Fernández como Weinberger quieren que cada vez haya más algas pardas en los océanos, porque ambos piensan que podrían ayudar de manera quizás decisiva a luchar contra el cambio climático. Primero, porque las algas flotantes reflejan más luz solar que el océano, por lo que una mayor cubierta de algas podría provocar una caída en la temperatura global. Y segundo, porque el sargazo absorbe mucho CO2. La «reforestación» de los océanos con algas pardas en acuicultura tiene el potencial, si se cultivara en todas las zonas adecuadas, de absorber 64 gigatoneladas de CO2 por año.