El sargazo es una plaga, así hay que verlo y enfrentarlo, sin medias tintas ni titubeos, porque es lo que toca.
Tampoco es un problema estrictamente del gobierno, porque nos afecta a todos, desde los empresarios que venden las playas, hasta los pescadores y los bañistas que las usamos para nuestro bienestar.
No hay nada más desagradable que uno llegar a una playa de esas paradisiacas y encontrarla llena de sargazo descompuesto, con el mal olor y ese color desagradable que le da al agua. Le daña la fiesta a cualquiera.
Cada vez que se acerca la temporada de verano, cuando el visitante desagradable se asoma en grandes cantidades, comienza la misma discusión y se recrudecen las mismas quejas, pero lo cierto es que no nos tomamos en serio la búsqueda de una solución concreta a la plaga.
El presidente Luis Abinader ha destinado fondos para la búsqueda de soluciones, pero se podría hacer mucho más. Las olas de sargazo se monitorean por satélite, por lo cual podemos enviar, por ejemplo, barcos de la Marina con redes de arrastre y atajar una buena parte en alta mar. Ya en las costas se podría hacer algo a menor escala para minimizar su impacto. Sólo hay que atreverse y dejarse de paños tibios.