Un total de 105 mil turistas estuvieron este invierno (verano en el sur) visitando la Antártida, en la mayor oleada de visitantes jamás registrada. Ahora ocurre lo que jamás se había visto: colas para poder bajar de los cruceros que llegan a la península. Algunos integrantes de la estación de investigación rusa de Bellingshausen, como Denis Ianenkov, un ingeniero de perforación, dedican parte su tiempo a la venta de souvenirs: cinco dólares un imán de nevera y 100 un sombrero forrado de piel. Con ese dinero, los rusos reparan las piezas de su trabajo.
La visita a la Antártida no está al alcance de todo el mundo. Un crucero por la zona puede costar fácilmente los 12 mil euros.
Pero no todo es positivo: los científicos cuestionan la oportunidad de ese tráfico en una zona sensible del planeta. Según publica The Guardian, en los lugares más concurridos ha habido derrames de combustible, algunas colisiones con animales y los turistas han pisado musgos y plantas muy valiosas. Incluso han aparecido graffiti, que no es exactamente lo más recomendable.
Afortunadamente, la Antártida está ahora mismo, en pleno invierno, vacía. Únicamente están presentes los científicos.