A pesar de que participa en el PIB global con un 10.4 % y capta el 10 % del total de empleos en el mundo, el turismo, como industria de servicios, es una prestación absolutamente sensible. Está sujeta a más contingencias que cualquier otra actividad económica: virus, plagas, amenazas naturales, inseguridad ciudadana, crisis políticas, rumores. Su sostenibilidad depende no solo del clima de inversión y estabilidad del país receptor, también de los latidos del mercado global.
Nuestra oferta ha crecido orgánicamente sin un plan rector gestionado desde el Estado, quien apenas ha servido como colaborador de la iniciativa privada otorgando facilidades fiscales, infraestructuras viales y promoción.
Hoy esta actividad genera casi el 16 % del PIB de la República Dominicana (la segunda contribución más alta en la región latinoamericana), país que además cuenta con casi 85,000 habitaciones, líder en el Caribe insular. Esas condiciones, junto a otras, lo colocan como segundo destino de América Latina después de México.
Hacer sostenible el turismo es una empresa del día a día; alcanzar su rentabilidad es una conjunción ingeniosa de factores y estrategias; matarlo es un designio de fácil ejecución. Estas pueden ser algunas de las armas:
1. El mismo modelo.Hemos nacido y crecido con el all inclusive, una oferta que, por un precio cerrado, incluye alimentos y bebidas sin límites según la categoría de los servicios. Es el modelo ideal para el turismo de masa y de consumo tasado. Supone una estancia promedio de dos semanas de alojamiento. Le llamo el «turismo de fortaleza» en el que la permanencia del visitante se confina a los espacios de los resorts y, a lo más, a las atracciones del circuito. Se trata de una experiencia de claustro sin conexión vital con el entorno. Ese modelo llegó a su techo. Se impone la diversificación de la oferta, fomentando el turismo abierto: de lujo, residencial, de convenciones, ecológico, comunitario, histórico, especializado y de parques temáticos, entre otros.
2. La degradación del entorno. Sin una acción coordinada entre el empresario, el Estado, los ayuntamientos locales y las comunidades, el turismo no es sostenible. Las condiciones de convivencia y seguridad del entorno son decisivas. Es ahí donde se precisa de los planes rectores y de desarrollo de las zonas turísticas, que deben ser concertados entre los aludidos sectores. Y es que la industria atrae comúnmente a una mano de obra inmigrante que se desplaza de otros espacios demandando viviendas y servicios que no siempre encuentra. Esa inmigración flotante suele generar cuadros de inseguridad y violencia, arrabalización, violación a las reglas de convivencia y sobrepoblación. Uno de los ejemplos más crudos de la lenta muerte del turismo por esta causa fue Acapulco, México, clasificada entre las cuatro ciudades más peligrosas del mundo y con una tasa de 110 homicidios por cada cien mil habitantes (2018). Las cadenas hoteleras no pueden vivir de espaldas a sus comunidades vecinas, esas que sufren históricamente el abandono del Estado y del capital inversor. Un polo turístico orgánico es el que genera ese arraigo y convierte en residente al visitante. Hoteles y comunidad son sistemas de convivencia interdependientes que forman una misma unidad económica. La planificación y gestión de esas comunidades debe ser el resultado de un esfuerzo compartido. Los empresarios hoteleros no deben descargarse en el Gobierno.
3. La inseguridad vial. Padecemos de una tragedia silente que no ha despertado los sentidos de los dominicanos: durante los últimos diez años la República Dominicana ha estado entre los primeros veinte países del mundo en accidentes viales. En ese tramo el país ha ocupado tres veces la primera posición. Una de ellas ha sido el 2021-2022, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS) reportó una estadística aterradora: 64 muertes por cada cien mil habitantes. Para que se tenga una idea comparada, en ese informe se destaca que la tasa de Suiza fue de apenas de un 1.71 por cada cien mil habitantes y la de Haití de un 19.91. Las naciones que suelen encabezar la lista histórica en «siniestralidad vial» han sido en su mayoría Estados malogrados de África como Zimbabwe, Liberia, Eritrea, Uganda, Burundi y Gambia. Por su parte, un estudio del pasado año del Programa Internacional de Evaluación de Carreteras (IRAP) reveló un dato escalofriante: que la probabilidad de accidentarse con saldos de muerte o heridas graves en las tres principales carreteras troncales del país es el de un 78 % en el Corredor Sur; 74.4 % en la autopista Duarte y 40 % en la principal vía de la región este. En otras palabras: lo normal es accidentarse. Cada año ocurren más muertes de turistas como consecuencia de accidentes de tránsito. Ya en distintas guías de turismo se advierte esa condición crítica del país. En cualquier parte del mundo tales estadísticas provocan un estado de emergencia nacional; aquí se asume como expresión de un comportamiento cultural.
4. La inseguridad jurídica. El turismo es nuestro principal aliado en la inversión extranjera. Si no fortalecemos la seguridad jurídica, esos capitales buscarán otros destinos en el competitivo mercado del Caribe. La seguridad jurídica se refiere a la certeza y estabilidad que deben existir en el ordenamiento jurídico a través de normas claras y predecibles. Se trata de una garantía esencial para promover la confianza en el sistema legal del país. Supone un régimen fuerte de derechos; que no haya cambios imprevistos en las reglas de juego; acato a las sentencias de los tribunales; toma de decisiones administrativas basadas en la ley y no en la discreción de la autoridad, entre otras variables.
5. El eufórico conteo de turistas.Celebrar con petardos la cantidad de visitantes es una trampa. Supone valorar al turismo por cantidad y no por calidad. No siempre hay una relación causal entre ambos factores. La oferta sostenible en el tiempo es la de calidad. Los esfuerzos de los empresarios y del Gobierno deben orientarse a mantener estándares competitivos en las infraestructuras, en los servicios y en las facilidades. Una de las estrategias para ese propósito es atraer la inversión y operación de las cadenas de marca. El brand le da confianza al turista del destino/país, así que el mercado americano procura casi siempre los hoteles de marca americana. Estar pendientes de la cantidad puede generar un ambiente de conformidad con los resultados y no de atención por las causas que originan esos resultados. Contar a los visitantes es un buen argumento de mercadeo político, pero no debe ser un objetivo aislado de la industria. Nos visitan no solo porque mejoramos la promoción, también porque optimizamos las ofertas.