El Aeropuerto Internacional de Punta Cana conmemoró la semana pasada cuatro décadas de servicio, recibiendo a lo largo de este tiempo a más de 120 millones de pasajeros, consolidándose como la terminal más transitada de la República Dominicana y un epicentro turístico tanto a nivel local como internacional.
Personalmente, he sido testigo del impacto del crecimiento de Punta Cana en mis frecuentes visitas a esta zona del país. El desarrollo se refleja en la proliferación de nuevos hoteles y proyectos residenciales a lo largo y ancho de este importante destino turístico, sin incluir los que están en proceso de desarrollo, entre ellos nuevas plazas comerciales y otros centros de negocios con visión nacional e internacional.
El desarrollo que ha llevado a Punta Cana a ser reconocido como el principal polo turístico de la República Dominicana, con renombre internacional, es sin duda motivo de gran orgullo para sus promotores. Este crecimiento extraordinario en términos de infraestructura y oportunidades ha generado miles de empleos para nacionales y extranjeros, incluyendo a emprendedores que impulsan empresas y pequeños negocios que encuentran su sostenibilidad gracias a la diversidad de demanda que se genera en la zona.
Sin embargo, este progreso no está exento de retos. Junto con el desarrollo de Punta Cana, se ha observado un aumento significativo en la presencia de migrantes haitianos en áreas periféricas de Bávaro y Verón. Este crecimiento ha sido notable y está generando competencia en el mercado laboral dominicano.
La migración haitiana ha dejado una marca en diversos aspectos de la vida en Punta Cana. Los haitianos no sólo están involucrados en la construcción, sino que también ocupan espacios en hoteles desplazando a trabajadores dominicanos en labores de limpieza, conserjería, seguridad y transporte.
Además, se han extendido a otros sectores, como la limpieza de edificios, el mantenimiento de piscinas y una amplia variedad de trabajos domésticos y técnicos.
Para comprender la magnitud de esta situación, basta con observar la abrumadora presencia de trabajadores haitianos que se congregan en la avenida del bulevar cada mañana, esperando transporte hacia las obras en construcción. Esta escena se repite al final del día, cuando concluyen sus labores y regresan a sus comunidades.
Esta situación genera asombro y preocupación incluso en aquellos que parecen indiferentes.
La mayoría de estos migrantes se concentran en áreas como Verón y el Hoyo de Friusa en Bávaro, donde se han formado comunidades mayoritariamente haitianas.
Estas áreas son consideradas «vedadas» para los oficiales de migración debido al temor a posibles reacciones violentas.
Se dice que la Dirección General de Migración ha planificado operativos en esta zona, pero han sido abortados por el miedo a las consecuencias que podrían desencadenar.
Este hecho, de ser cierto, debería ser motivo de alerta, especialmente porque la migración sigue aumentando de forma desbordada con el paso de los días.
Un amigo que reside en Punta Cana me llamó la atención sobre un hecho fácilmente comprobable. Me comentó que en determinados supermercados y plazas comerciales, es común ver a más haitianos comprando que dominicanos.
La Dirección General de Migración nos informa con frecuencia sobre repatriaciones masivas de indocumentados.
Incluso, el presidente de la República, Luis Abinader, adelantó en su última comparecencia en LA Semanal con la Prensa que estos esfuerzos van a tener que duplicarse por diez debido a que el país afronta una situación excepcional. Y parece tener razón. Esta situación no se limita sólo a Punta Cana, sino que se extiende a otras ciudades importantes de República Dominicana, generando tensiones sociales y económicas.
Pero al margen de causas presentes, hay que concluir en que la falta de control fronterizo y la ausencia de una política de Estado que regule la migración en cumplimiento de las leyes nacionales, junto con el oportunismo de buena parte de nuestro sector empresarial, ha provocado históricamente una situación peligrosa que nos expone frente a organismos internacionales y grupos locales que sirven de quinta columna, generando una situación sencillamente impredecible.
Hemos enfrentado presiones por parte de grupos tanto locales como internacionales que consideran que el ejercicio de nuestro derecho soberano para abordar la migración indocumentada, siguiendo prácticas similares a las de otros países, nos posiciona como discriminadores por supuestas motivaciones raciales.
Sin embargo, es importante reconocer que la migración haitiana es una realidad que no podemos pasar por alto, impacta directamente en nuestra propia supervivencia como nación.