Los hoteles cápsula se multiplican en un país que dejó de pensar a lo grande

Los hoteles cápsula se multiplican en un país que dejó de pensar a lo grande
Los hoteles cápsula se multiplican en un país que dejó de pensar a lo grande

Japón atrae a más turistas que nunca por la debilidad del yen. Pero pocos llegan a darse cuenta de que el país está en plena campaña de los comicios más reñidos de los últimos quince años. Están excusados porque los carteles de propaganda electoral están prohibidos y brillan por su ausencia.

Algunos de estos extranjeros terminan en hoteles cápsula, que sirven de introducción acelerada a la sociedad japonesa. Y en primer lugar, a su escasez de espacio y privacidad limitada.

Nada más entrar, hay que descalzarse y guardar los zapatos en una taquilla. A partir de ahí todo son llaves -o códigos de barras- en pulseras, por la sencilla razón de que en la cápsula no cabe prácticamente nada, más allá del propio cuerpo. Sus dimensiones son las de un futón o colchón japonés individual. Como la cama de nuestra adolescencia, pero sin su desorden. Dos metros de largo por 1,2 metros de ancho y, lo peor, apenas un metro de altura (las que alcanzan 1,4 metros son “de lujo”).

Dispuestas en hileras de dos pisos, la asociación de las cápsulas con nichos es, para nosotros, inevitable. Aunque haya cementerios más ruidosos. Porque el ambiente es monacal y los hábitos, como se verá, también. En el interior de estas “celdas”, no aptas para claustrofóbicos, hay apenas una repisa, una manta, un televisor con auriculares, un cargador de móvil universal y un reloj alarma que durante un minuto es solo luminoso. Honda quietud. A cuenta de la casa, por si acaso, tapones para los oídos y tiritas para no roncar.

El silencio acostumbra a ser apabullante, porque todo el mundo está solo y solo hay hombres (aunque en los últimos años han surgido también algunos hoteles de este tipo para mujeres o con plantas exclusivamente femeninas). El cubículo es asfixiante, aunque la temperatura sea la ideal.

El lado bueno del asunto es que los espacios comunitarios del hotel -como las duchas a la japonesa, sentados sobre un taburete- acostumbran a ser de buena calidad. Suele haber también sauna y baños termales, todo con la pulcritud y el sentido práctico de Japón, donde la chapuza nunca es una opción.

En realidad, los hoteles cápsula ni siquiera son ya tan baratos. Al menos en Tokio porque el turismo extranjero ha disparado hacia arriba los precios de todos los alojamientos. Que lo sean todavía menos en fin de semana demuestra su largo recorrido desde que fueran principalmente refugio de viajantes o de aquellos que perdían el último tren.

La ropa cómoda facilitada por los hoteles cápsula da un cierto aire de adeptos a sus usuarios. Comedor-Sala de estar con mangas de Anshin Oyado en Shinjuku, Tokio.La ropa cómoda facilitada por los hoteles cápsula da un cierto aire de adeptos a sus usuarios. Comedor-sala de estar-biblioteca de mangas de Anshin Oyado en Shinjuku, Tokio. Jordi Joan Baños
Estos no han desaparecido, en un espacio intergeneracional y cada vez más internacional donde coinciden desde jovenzuelos a abuelos. Toshi, un contable japonés en la raya de los cincuenta, lleva “una semana” en el Anshin Oyado. Pero no parece muy orgulloso de ello y dice estar “de paso, desde California”, para visitar a sus padres.

Los hoteles cápsula son comunes en todas las grandes ciudades niponas y hay más cerca de nudos de transporte. No pasan de moda, porque el salario mínimo no llega a los 6,5 euros por hora. Aunque el actual primer ministro, Shigeru Ishiba, diga que no habría que esperar a mediados de la próxima década para subirlo a 1.500 yenes (9 euros) sino adelantarlo a finales de esta. Hablar del estancamiento de Japón empieza a quedarse corto, ya que en realidad la renta per cápita ha descendido en la última década.

Por otro lado, si bien es cierto que la sociedad japonesa envejece, grandes ciudades como Tokio son cualquier cosa menos decadentes. Siguen creciendo. encareciéndose y expulsando a muchos de sus vecinos, fácilmente, a suburbios a una hora y media de distancia en tren. Una nueva primavera para los hoteles cápsula.

Estos conocen y miman a su clientela. En algunos hay prácticamente barra libre de alcohol, desde las cinco de la tarde. Pero también carteles que recomiendan no meterse en los baños termales si se está “completamente borracho”. Otros recuerdan la prohibición de bañarse de aquellos que luzcan tatuajes (excepto extranjeros), por su asociación con la yakuza o mafia japonesa.

Unos y otros cuentan con un amplio surtido de geles, lociones y champús. O butacas de masajes automatizados, así como inodoros con 21 o 22 botones. Además, claro está, de café y refrescos las 24 horas, en el país que perfeccionó la teoría y práctica de 7Eleven. Asimismo sopas de miso pasables, aunque su curry pueda ser pura bazofia.

El “salaryman”, el asalariado japonés de manual, está en su salsa. A la inversa de Drácula, este viajante o contable sale de esta especie de féretro de buena mañana. Se acicala y se pone el traje y corbata -a su disposición, tablas de planchar y limpiadores de gafas por ultrasonidos- rumbo a alguna empresa u oficina.

En el país de la miniaturización, los hoteles cápsula fueron un día símbolo de alojamiento funcional y económico que optimizaba recursos. Pero hoy tal vez lo sean de un país que dejó de pensar a lo grande y aspira a ralentizar y gestionar su declive relativo.

El cliente, ocasional o frecuente, del hotel cápsula no pierde la esperanza de un ascenso y de salir un día de su exiguo habitáculo. Pero aquí no está solo, estando solo. Es más, lo primero que le dan en recepción es una especie de hábito de yoga de color tostado, para no hacer nada, excepto estar. Hay hasta prensa y los televisores hacen compañía, incluso con el sonido apagado. El hilo musical es muy discreto, cuando lo hay. No hay voto de silencio, aunque lo parezca. Y los expertos se preguntan de qué modo lo romperán, con su voto, muchos como ellos, este domingo.