Hablar de las bondades del turismo dominicano es adentrarse en un universo tan vasto como
deslumbrante. No basta con mencionar las múltiples facetas y actividades que conforman este sector en
constante expansión; es preciso evocarlo como un paisaje vivo que, año tras año, amplía su horizonte y
revela nuevas posibilidades.
En la República Dominicana, el turismo no solo crece: florece. Nuevos polos turísticos emergen con
fuerza —Pedernales, Punta Bergantín, Miches, Baní, Montecristi y Río San Juan, entre otros— cada uno
con su propio encanto, su propia voz y su propio relato. Paralelamente, el país ha incorporado con
audacia el turismo de eventos, convirtiéndose en escenario de ceremonias matrimoniales, cumbres
científicas, políticas y deportivas, así como actividades de montaña, encuentros marítimos y
festivales aéreos que convocan a visitantes de todo
el mundo.
El año 2025 se erige como uno de los períodos más brillantes para el turismo dominicano. Más allá de su
destacada presencia en ferias internacionales tradicionales —como Fitur en España, IFTM Top
Resa en Francia, ITB Berlín y la vigorosa feria ANATO en Colombia—, la nación ha reforzado su
imagen como destino de excelencia, diversidad y calidez humana.
Porque la verdadera fuerza de la República Dominicana en materia turística radica en la
combinación perfecta de elementos que solo esta tierra puede ofrecer: la alegría espontánea de su
gente, las playas de belleza prodigiosa, la naturaleza exuberante que acaricia cada rincón de la isla y ese
espíritu hospitalario que transforma cada visita en una experiencia inolvidable.
El turismo dominicano es, en esencia, un espejo de la grandeza isleña: vibrante, generoso y único. Un
tesoro que merece ser visto, admirado e invitado a descubrirse, para que más visitantes lleguen a disfrutar de esta tierra bendecida por la naturaleza y engrandecida por su gente.