Es muy extraño que una máquina parezca triste

Es muy extraño que una máquina parezca triste
Es muy extraño que una máquina parezca triste

¿Acaso no oyen por todos lados estos gritos de terror a los que normalmente llaman silencio? El principio de una película de Herzog.

Dicen que «el sector de la aviación vive los días más negros de su historia» y que hay 16,100 aviones detenidos.

La imagen de aviones detenidos desde hace semanas, vacíos.

Rodeados muchas veces de otras máquinas que desde arriba parecen tristes.

Es muy extraño que una máquina parezca triste.

Una definición posible: sin personas a su alrededor, una máquina parece perder el Norte, el sentido.

Se desorienta y sólo no grita porque no la programaron para eso.

Pero emite eso que llamamos silencio.

Alemania prolonga los controles fronterizos hasta el 15 de mayo y tres médicos cayeron desde ventanas en hospitales de Rusia.

Tal vez los empujaron, tal vez se empujaron a sí mismos.

El mismo día, noticias: pronto, el alivio; imposible el alivio pronto.

Infectarse dos veces no es posible. Infectarse dos veces puede ser posible.

Cerrar o abrir. Abrir y, en otro lado, cerrar.

«Investigadores israelíes desarrollaron anticuerpos que atacan y neutralizan el coronavirus» y otras noticias.

Relatos del abandono de algunos viejos en residencias.

Nadie los va a visitar y ellos permanecen junto a Nuestra Señora de las Ventanas en espera de que se acerque un auto y se detenga frente al edificio.

Pero los autos no se han detenido.

El cineasta Herzog relata la historia.

Conoció en Australia al último hablante de una lengua.

Producía unos sonidos que parecían disformes, pero eran una lengua.

Como nadie le entendía, lo consideraban mudo.

Lo hacían a un lado, era un solitario.

Cantaba.

Otras veces iba solo a una máquina de refrescos con muchas monedas en el bolsillo.

Y ponía las monedas en las ranuras.

Le gustaba ese sonido de las monedas a lo largo de la máquina.

Tal vez le parecía una canción, o que alguien hablaba con él.

Cualquier sonido puede hablarle a una persona si está atenta. Y sola.

Y eso es: una moneda cayendo en una máquina puede hacerle compañía a un ser humano.

Una vez más, el murmullo del Jardín de Morya: «las flechas sin fuerza caen».

Es evidente que no es la flecha la que tiene fuerza o no.

Ni siquiera el arco.

Sino el brazo que sostiene el arco.

Que depende del brazo y de la mano que sostienen la flecha.

Muchas flechas sin fuerza están cayendo.

¿Acaso no oyen por todos lados estos gritos de terror a los que normalmente llaman silencio? El principio de una película de Herzog.

Más sonidos que vienen de la ciudad.

Hoy el día está medio despejado y medio nublado. Cuando escampa, el limonero se llena de color.

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