Para cuando se pueda

Para cuando se pueda
Para cuando se pueda

Justo cuando los dominicanos pueden beneficiarse de pertenecer al exclusivo club de países cuyos ciudadanos están exentos del visado para ingresar a la Federación Rusa, el conflicto bélico en el Este europeo nos ha dejado con pocas posibilidades de hacer realidad lo que para muchos es aún un sueño. Las principales aerolíneas occidentales ya no vuelan a territorio ruso. Llegar hasta Moscú o San Petersburgo, las dos principales atracciones turísticas, requiere escalas o desvíos molestosos y costosos. Añádanse la imposibilidad de utilizar tarjetas de crédito en dólares y euros, más los desajustes en la economía provocados por las sanciones de los Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea, principalmente.

Será un viaje a colocar en la agenda del futuro, y me cuento entre los primeros que volverán a Rusia cuando amaine la tempestad política y el esplendor de la cultura eslava esté una vez más al alcance del extranjero curioso. Sin temor a merma, guardaré la impaciencia por disfrutar nuevamente de las noches blancas de San Petersburgo, precisamente en mayo, cuando la claridad del día se prolonga y viste en la madrugada al río Neva de albo. Los puentes que atan los costados urbanos se levantan y, en atención, erectas sus mitades, rinden pleitesía a un espectáculo inigualable del que ellos son también protagonistas..

Salvo las tantas estatuas de Vladímir Lenin y los densos bloques habitacionales que parió la arquitectura soviética, estéticamente estéril y portaestandarte de un estilo tan severo como el estalinismo, los rastros del periodo del socialismo real pertenecen a la imaginación del visitante. Sin embargo, la segunda ciudad de la Federación de Rusia fue el epicentro de la revolución bolchevique. En los prolegómenos de aquel octubre fatídico de 19l7, a su estación ferroviaria llamada Finlandia llegó del exilio el héroe revolucionario, armado con la tea incendiaria de sus ideas más la praxis política y sentido de organización partidaria que derribaron al régimen zarista. Con Lenin a la cabeza, el asalto al Palacio de Invierno, hoy parte del museo del Ermitage, soltó las amarras para arribar a la dictadura del proletariado.

San Petersburgo, sublime en sus noches blancas primaverales, digna rival de Venecia y Ámsterdam con su entramado de canales, es una de las ciudades más impresionantes, depositaria de un vasto patrimonio cultural. Museo ahora, ineludible el acorazado Aurora, pieza fundamental cuando derribó de un cañonazo la puerta del Palacio de Invierno. E igual el Museo Estatal de la Historia Política de Rusia, con recuerdos de la URSS. Sin embargo, la grandeza de San Petersburgo está mejor representada en las grandes edificaciones de la época zarista y en las colecciones de pintura y arte que Catalina la Grande acumuló en el Ermitage. El complejo de palacios de Petergoff, Pavlovsk, la Plaza del Palacio, la Catedral de San Isaac, la iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada y la Casa Singer, entre muchos otros, encabezan el largo listado de estímulos para que el alma celebre.

Siempre que he visitado Rusia, la sombra del pasado soviético conturba mis pensamientos. Trato de ir más allá de las impactantes obras materiales y recordar que la revolución comunista, en su profunda dimensión social, también agredió el espíritu. En música, Músorgski, Rimski-Kórsakov, Borodín y Tchaikovsky anteceden a la revolución. Igor Stravinsky vivió los años de la URSS en Europa Occidental y los Estados Unidos. E incluso, adoptó la ciudadanía francesa. Shostakovich y Prokofiev sufrieron las intolerancias de un régimen que en gran medida bloqueó el talento a estos genios musicales. El violoncelista Mstislav Rostropóvich, para quien estos dos últimos escribieron conciertos, se vio forzado a emigrar, al igual que Vladímir Ashkenazy y Serguéi Rachmaninov.

En el terreno de la literatura, San Petersburgo acunó una hornada de figuras relevantes de las letra rusas, con Fiódor Dostoyevsky a la cabeza. Los lugares donde vivió son hoy puntos de peregrinación, especialmente la casa donde concibió la novela sicológica por excelencia, Crimen y castigo. No muy lejos, el piso donde alojó al imaginario estudiante Rodion Raskolnikov para que en sus cavilaciones y pobreza extrema concibiera el asesinato de la anciana usurera Aliona Ivánovna. Su última novela, Los hermanos Karamásov, también tuvo génesis en San Petersburgo.

Fueron precisamente las letras terreno propicio para los excesos del socialismo real, caracterizado por la intolerancia al pensamiento crítico y condena cruel de cualquier desvío mínimo de una interpretación vertical de la sociedad y la política. La ortodoxia embozaló la creatividad e impuso una camisa de fuerza al arte, siendo el gulag el destino cierto de quienes osaron contravenir las reglas de un sistema autoritario, implacable y que, como Saturno en la descripción pictórica de Francisco Goya, devoraba hasta sus propios hijos.

Esos rasgos dictatoriales de las décadas soviéticas abonan la poca devoción al recuerdo festivo de una era que fracasó en el fementido intento de crear un hombre nuevo. Afortunadamente, podría argumentarse, ese homo novus se quedó en la probeta del ensayo social porque hubiese sido a imagen y semejanza de una mentira, de una falsificación de la historia y los hechos con tal de acreditar una revolución que tanto dolor y sufrimiento ocasionó. Las constantes purgas políticas, el odio de clase que condujo al exterminio de poblaciones enteras, las persecuciones masivas, la represión violenta de toda disidencia y las consecuencias funestas de programas económicos inverosímiles por su reto a toda lógica, causaron tanto o más daño que la agresión nazi.

Tres de los autores contemporáneos de San Petersburgo conocieron la dureza del sistema soviético, aunque uno, la poeta Anna Aimátova, se negó a exiliarse. Vladímir Nabokov y Joseph Brodsky, marcharon al extranjero en busca de la libertad de expresión que se les negaba en la patria de Tolstoi, Gogol y Chéjov. De los cinco escritores rusos ganadores del Nobel, solo Mijaíl Shólojov tuvo una carrera apacible, como su río Don, en la tierra de nacimiento. Alexander Solzhenitsyn documentó en una literatura gloriosa la horrenda realidad de los campos de concentración y la suya propia, como una víctima más de la represión soviética. Los venció, y de paso también a sus verdugos con la denuncia vigorosa en escritos que hoy forman parte del acervo universal. Otro, Boris Pasternak, montó en la ficción un retrato vívido de la individualidad deshecha por la revolución de octubre. Su Doctor Zhivago pudo ver la luz en Rusia en 1988, treinta años después de escrita y ya en plena disolución de la Unión Soviética. Paradojas de la vida, apareció en Novy Mir, la revista que en principio rechazó publicar las desventuras del joven médico y poeta Yuri Andréyevich Zhivago, en la novela que Pravda, el periódico oficial, calificó como objeto comercial de baja calidad.

Más temprano que tarde, espero, Rusia será nuevamente una fiesta. Y los dominicanos, sin necesidad de visado, nos deleitaremos con un pasado de arte glorioso que sigue presente.

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