Y ahora, ¿qué hacemos con la turismofobia?

Y ahora, ¿qué hacemos con la turismofobia?
Y ahora, ¿qué hacemos con la turismofobia?

La quiebra de Thomas Cook nos ha devuelto a la realidad. Ya venían oyéndose voces acerca de que el lobo estepario podía bajar de las montañas, pero algunos han preferido poner sordina a los avisos.

La muerte del que fuera primer y más principal touroperador del mundo no es ya un socorrido aviso a navegantes turísticos. No. Es una alarma en toda la regla que deja a determinados destinos españoles al pairo. Fundamentalmente a las Islas Canarias como se puede sustanciar después de conocer los datos. También las Islas Baleares donde, según un reconocido y descriptible hotelero español, “se va a organizar la de dios es cristo…”.

El desastre del touroperador británico –con su estimable carga de nuevos desempleados–, insisto, nos devuelve a la realidad. El turismo es una industria frágil que hay que mimar en todas las estaciones. Si a ello se une el Brexit, la depresión económica que nos aguarda a la puerta de la esquina (sobre la que se amontonan ya datos incuestionables acerca de la crisis), y el afán de algunos de tirarse al monte dejan un futuro bastante sombrío. Confío en que se den un baño de realidad a la luz de lo que está ocurriendo.

Las Islas españolas, son, salvo algunas excepciones, un monocultivo turístico. A Baleares, sin ir más lejos, no le ha ido históricamente mal desde que emprendedores de primer nivel decidieron apostar su dinero a esta industria. Canarias algo similar sin llegar al nivel de desarrollo económico y renta per cápita de los mallorquines, ibicencos o formentereños.

La turismofobia, con algunos argumentos que se podrían comprar respecto al mantenimiento del medio ambiente y la preservación de espacios naturales –algo que va de suyo–, es una enfermedad que asienta sus reales sobre una mentira. Se trata, además, de una antigualla. Olvidan los que se han lanzado al sabotaje del turista que el viajar, el descansar en otro lugar que no es el habitual, es una gran conquista de la civilización. Se han quedado en Atapuerca.

Thomas Cook es algo que debe ponernos en alerta máxima. El impacto económico en los territorios mencionados (y en otros de la Península Ibérica) es muy importante, añadiendo además el corolario que serán muchas personas las que se van a ir a la calle. Muchas familias. Algún gran banco español –del que dicen que nunca falla– se está tirando a estas horas de la cabellera después de que prestaran en los últimos tiempos una morterada de millones de euros en la seguridad que Cook saldría adelante.

Digo lo anterior sobre dos premisas básicas. La primera que aquí no hay nadie intocable. Nadie. Baste que una gran empresa no entienda bien el signo de los tiempos, la aplicación de las nuevas tecnologías para que se vaya al garete en un santiamén. La segunda que la quiebra tiene un impacto global y que ya nadie es dueño de sus destinos si el vecino decide tirar por la calle de en medio.

Y para no caer en la melancolía –este otoño turístico no está para eso– quiero terminar este artículo afirmando que hay que hacer de la necesidad, virtud. El hueco de Thomas Cook se llenará necesariamente, sí ó si. Ya he visto algunos requiebros por parte de empresarios españoles de la cosa. Van a apostar por ello.

Porque el turístico ha existido, existe y existirá. Con turismofobia o sin ella.

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