La ciudad colonial, con su valiosa herencia de monumentos arquitectónicos, algunos de ellos en mal estado, constituye el activo más importante en los planes de impulsar la capital dominicana como destino turístico. Pero cometeríamos un grave error si la planificación se sostiene sobre la base de atraer los visitantes en base a los museos y el legado religioso de la conquista. La razón es muy sencilla, los extranjeros no gastarán su dinero para ver iglesias y reliquias menores y menos antiguas que las que existen en otros países.
Pese al hecho de ser más antiguas, la catedral y las iglesias de nuestra zona colonial no están ni en mejor estado ni son más monumentales que las que han desafiado el paso del tiempo en México, Perú y Colombia, para citar sólo las de algunos. Ni vendrán tampoco para ver la cama donde María de Toledo dormía.
Cartagena debería servirnos de modelo. Allí se ha desarrollado un turismo pujante, vigoroso y seguro. En la semana que pasé allí en el 2016, 17 cruceros tocaron su puerto. La ciudad amurallada se ha convertido en el lugar más atractivo. Viejas casonas en ruinas han sido restauradas preservando su fisonomía exterior, que nadie puede modificar, convirtiéndolas en modernas y amplias residencias.
Esa ciudad vibra porque sus calles seguras e iluminadas están llenas de tiendas y ofertas de diversión. Frente a las iglesias, las plazas y aceras viven repletas de mesas de restaurantes atestados de turistas y gente de todas partes del país. En los días festivos se cierran muchas calles al tránsito vehicular. Cené en un restaurante de primera frente a la iglesia San Pedro Claver, donde se celebraba una misa mientras la gente cantaba, comía y reía a sus puertas. Nuestra ciudad colonial será atractiva para extranjeros cuando lo sea también para los locales y allí se mude la Alcaldía. Nadie nos visitará sólo para ver un metro o edificios en el polígono central.