Para dar una idea de la magnitud de la crisis, basta detenerse en la cifra que da el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC): al cierre de 2020 se habrán perdido entre 121 y 143 millones de empleos en el sector del turismo.
La segunda ola de COVID-19 ha decidido a los gobiernos europeos a extremar las restricciones y volver al confinamiento domiciliario en algunos casos. Y así, se suspenden de nuevo las contrataciones para la temporada alta, que hacía del Caribe las vacaciones de invierno soñadas.
Ese tema, el turismo, nos hace seguir la política de los países emisores de viajeros. La prensa internacional recoge un sentimiento ciudadano generalizado; los políticos no han dado la talla. Ni en América, ni en Europa, ni en Asia. Escasas excepciones como la lejana Nueva Zelanda o la hermética Noruega confirman la regla general.
Incapaces de asumir un compromiso supra partidario. Aprovechando la pandemia para tirarse al cuello. Controlando los mensajes y a los ciudadanos para ocultar su incompetencia. Incapaces de manejar una crisis sanitaria sin provocar la ruina.
La pandemia ha desnudado a los políticos… y a las sociedades. Se han descubierto las carencias disimuladas, la mediocridad disfrazada. Ha quedado en evidencia la fragilidad de algunas democracias y la tozudez de las ideologías más ineficientes. Y comienzan las revueltas. Gana el populismo porque lo otro es más difícil y exige más sacrificios y solo funciona en sociedades “adultas”.
Aquí empieza hoy el curso escolar más extraño con el miedo a un rebrote. El salto a una educación no presencial ha sido forzado y en plena transición de gobierno.
No va ser fácil…