El lunes nos dedicamos a mirar escaparates de ropa de diseñador en San Bartolomé. El martes, hicimos senderismo por la escarpada Saba. El miércoles, recorrimos las interminables playas veraniegas de Anguila. Todo ello sin las multitudes de los enormes cruceros ni los gastos de los veleros privados de alquiler.
En algún punto entre esas dos opciones se encuentran los ferris, o transbordadores, que ofrecen viajes de isla en isla estilo “diseña tu ruta”, para explorar el Caribe al estilo de los viajes lentos.
En las Leeward Islands, la isla de doble nacionalidad neerlandesa de Sint Maarten y francesa de San Martín (Saint Martin en francés) sirve de centro de transporte, dando la bienvenida a los viajeros al concurrido aeropuerto internacional Princesa Juliana de San Martín y ofreciendo conexiones con destinos cercanos por ferri o avión.
Las compañías de ferris ofrecen excursiones de un día a los visitantes de San Martín, que se encuentran tentadoramente cerca de la elegante San Bartolomé o divisan la lejana Saba en el horizonte.
“Puedes salir de una isla y conseguir cuatro o cinco sellos en el pasaporte”, dijo Malinda Hassell, directora de turismo de Saba, una isla neerlandesa del Caribe. “Eso es lo que hace única a esta zona”.
Probando la premisa desde una base en San Martín con mi amiga Anne Marie, creé mi propio crucero de primavera, en ferry a la francesa San Bartolomé, la montañosa Saba y la británica Anguila, llena de playas.
Económicamente, es difícil superar el valor de un crucero. Se pueden encontrar itinerarios en el Caribe desde 100 dólares por persona y día, incluyendo comida, alojamiento y transporte de isla a isla. Aun así, los cruceros no suelen visitar estas islas pequeñas y las tarifas del ferri me parecieron comparables a las de otras excursiones de un día que se ofrecen en San Martín.
Los pasajeros de los ferris están obligados a llevar pasaporte, pues pasan por aduanas e inmigración en el destino, pero no cuando regresan a San Martín, donde alquilé un Airbnb por menos de 200 dólares la noche, que estaba a poca distancia de los ferris.
Los viajeros con más tiempo pueden convertir el siguiente itinerario estilo “hágalo usted mismo” en un viaje de varias noches, utilizando los ferris para ir de una isla a otra y llegar a destinos imposibles de visitar en excursiones de un solo día, como San Eustaquio, San Cristóbal y Nieves.

Tras un viaje de 45 minutos en el ferri Edge, gestionado por Aqua Mania Adventures desde el Simpson Bay Resort Marina & Spa de San Martín (100 dólares de ida y vuelta), el capitán les ofreció un consejo a sus pasajeros antes de ayudarles a llegar a tierra.
“Hagan primero las compras y luego vayan a la playa”, dijo. “Todo cierra entre la 1 y las 3”.
En Gustavia, la acicalada capital de la isla francesa, nos recibieron marcas como Hermès y Chanel en boutiques a lo largo del paseo marítimo. Para ver más de San Bartolomé necesitaríamos un vehículo, pero Gustavia, apta para peatones, ofrecía historia, arquitectura, belleza natural y playas de sobra para llenar nuestra escala de seis horas.

En la oficina de turismo, cerca del paseo marítimo, recogimos un mapa y consejos turísticos, incluida la recomendación de una panadería, Boulangerie Choisy, donde disfrutamos de crujientes croissants (2,40 euros, unos 2,76 dólares) que desafiaban la humedad caribeña.
Unas empinadas laderas abrazan el puerto de Gustavia, donde los suecos, que ocuparon la isla entre 1784 y 1878, construyeron una serie de fuertes. Demolido actualmente en su mayor parte, el fuerte Gustavo III albergaba un pequeño jardín botánico y un faro, pero fueron las incomparables vistas sobre el puerto repleto de yates lo que recompensó el esfuerzo de caminar cuesta arriba.

Alrededor del paseo marítimo, las señales identificaban los edificios históricos, con lo cual creaban un sendero arquitectónico de manufactura propia. El dominio sueco como lugar de libre comercio dio cabida a muchas nacionalidades y religiones, lo que llevó a la apertura en 1855 de la iglesia anglicana de San Bartolomé, revestida de piedra caliza francesa con esquinas de roca volcánica. Compartía el barrio con casas de comerciantes del siglo XIX con cimientos de piedra y tejados de tejas.
Acabamos en Shell Beach, una tranquila cala repleta de conchas marinas a pocos minutos a pie del puerto. A la entrada, el restaurante Shellona, situado junto a la playa, ofrecía tumbonas a 80 euros, y rechazaba a los comensales que llegaban sin reserva.
Bajando por la orilla, dejamos las mochilas entre unas rocas y nadamos entre peces globo, jureles y bancos de peces azules. Después, vimos a una modelo hacer de la arena una pasarela de moda, entrando y saliendo de una boutique cercana con una serie de atuendos de centro turístico.
De vuelta al puerto, nos detuvimos a comer un baguette de atún (6,90 euros) en la panadería Patisserie Carambole y una cerveza rubia Red Stripe en el elegante y desaliñado bar del puerto Le Select (5 euros), donde nos felicitamos por haber disfrutado de Gustavia por menos de 20 dólares por persona.


El ferri Edge, con capacidad para 62 pasajeros, también viaja a Saba dos veces por semana (100 dólares por ida y vuelta). El viaje más largo —90 minutos de ida— convenció a Anne Marie, quien es propensa a marearse, de quedarse a disfrutar de un día de playa en San Martín.
A diferencia de otras islas que se venden por el sol y las playas, Saba atrae a excursionistas y buceadores de superficie y de profundidad. El pico más alto de la isla de 13 kilómetros cuadrados, a 45 kilómetros al suroeste de San Martín, estaba rodeado de nubes.
Dada la logística para desplazarse por la escarpada Saba, que tiene una carretera principal y cuatro pueblos principales, me apunté a un paquete de Aqua Mania, que ofrece excursiones de senderismo autoguiadas y visitas guiadas a la isla (ambas por 160 dólares, incluido el almuerzo). El calzado delataba el plan de cada pasajero, pues se distinguían los que llevaban botas de montaña de los que calzaban sandalias.

Saltando junto al ferri, los peces voladores guiaron el camino hacia Saba, que no tiene playas permanentes y solo tiene un lugar para desembarcar. Poco a poco, aparecieron a la vista sus imponentes paredes acantiladas, una escarpada base rocosa que sostiene una selva tropical de tierras altas.
En el minúsculo puerto, tras pasar por inmigración, encontré al taxista que me habían asignado y compartí el viaje hasta el inicio del sendero del monte Escenario con una pareja de Ontario.
Justo a las afueras de la montañosa ciudad de Windwardside, donde recogimos un sustancioso almuerzo para llevar del Tropics Café, el indicador del sendero prometía exactamente 1064 escalones hasta el Monte Escenario, el punto más alto de los Países Bajos, con 876 metros.
Una escalera de piedra con pasamanos en lugares resbaladizos empezaba en una oscura selva tropical y ascendía a un bosque de niebla más húmedo y brillante donde los colibríes zumbaban de rama en rama. Las mariposas cebra de alas largas flotaban entre el verde follaje y enredaderas con flores amarillas, de nombre científico Rudbeckia hirta, y que son la flor nacional de Saba. Tras la larga y sudorosa ascensión, llegué a la cima rodeada de nubes, y disfruté de un bocadillo de pavo con el apetito de los que están exhaustos pero eufóricos.

La caminata de ida y vuelta duró poco más de dos horas, lo que me dejó tiempo para pasear por Windwardside y apreciar sus ordenadas casitas encaladas con ribetes verdes y tejados de hojalata roja que bordean calles peligrosamente empinadas. Otros pasajeros del ferry también estuvieron curioseando, probando la cerveza local Deep Dive Brewing Co., almorzando junto a la piscina en el Tropics Café y curioseando en la Galería de Arte Five Square.
En el largo viaje en barco de vuelta a San Martín, me senté en la popa para observar a los bobos cafés mientras Saba se alejaba y su pico más alto seguía rodeado de nubes.


Mientras que los visitantes de Saba iban vestidos para la aventura, los pasajeros con destino a Anguila al día siguiente llevaban poco más que trajes de baño para llegar a esta isla de 90 kilómetros cuadrados con 33 playas de arena blanca.
Varias compañías de ferri ofrecen pasaje desde San Martín. Anne Marie y yo contratamos los servicios de Calypso Charters Anguila, y tomamos una lancha rápida con capacidad para 12 pasajeros desde los muelles cercanos al aeropuerto de San Martín hasta la isla (100 dólares por ida y vuelta, reservados a través de StMartinbookings.com, sin incluir la tarifa de salida de 19 dólares que había que pagar al salir de Anguila).
Una pegadiza música soca que anunciaba “vibraciones hasta el límite” marcó el tono de nuestra veloz travesía de 25 minutos hasta la planicie de coral que distingue a Anguila de sus vecinas volcánicas.